El año 1181, en Cizur Menor, se erige un encomienda sanjuanista. Su primer comendador fue Frey García de Uriz. En esos momentos comienzan las obras de un monasterio, en el que se hace vida de comunidad y se ejerce labor asistencial, que culmina con la construcción de un hospital.
Entre 1253 y 1262 se estaban terminando las obras del claustro, si bien de aquel conjunto que contaba con dependencias monacales, claustro, torres, iglesia y hospital, sólo subsiste una de las torres y el templo.
El templo se encuadra dentro del estilo protogótico de inicios del siglo XII, fusionando influencias del románico final con los avances del primer gótico. En el exterior, los muros se articulan por los contrafuertes y por ventanas de arcos de medio punto con baquetón y guardalluvia.
En el lado de la epístola se abre la portada abocinada con tres arquivoltas sobre columnas con capiteles, alguno de los cuales aún conserva restos de su decoración vegetal. El tímpano está ornamentado con un crismón trinitario.
A lo largo de los muros de observan restos de las construcciones que formaban el complejo monástico-hospitalario. La única de sus torres que queda en pie presenta en su primer cuerpo, como ingreso, un arco apuntado y restos de cubierta de bóveda de crucería.
La iglesia de planta de nave única dividida en cuatro tramos, está cubierta con bóveda de cañón apuntado, separados los tramos por arcos fajones sencillos unos y doblados los más próximos a la cabecera. La cabecera, semicircular, se cubre con cuarto de esfera. En el muro de los pies de abre un rosetón polilobulado. En el tramo anterior al presbiterio en el lado de la epístola, se abre una capilla añadida en el siglo XV con una bóveda nervada del gótico pleno, en cuya clave aparece el escudo del Gran Prior, Frey Juan de Beaumont.
Cizur menor o la dignidad de la piedra.
Todavía quedan las ruinas de lo que fuera en el siglo XII Hospital de la Orden de San Juan. La piedra será venerable, sacralizada, pero las piedras de esta encomienda, consagradas con el crismón, con grietas como arrugas de senectud, se doran al sol, viven suavemente en las plantas que alegran los intersticios, en una nueva sonrisa de la serenidad. Hay en estas nobles piedras un destino ineludible de destrucción, las asumimos de antemano como un montón informe de piedras desgastadas, pero las seguimos admirando en su trayectoria multisecular.
Juan Pedro Morin Bentejac y Jaime Cobreros Aguirre.
El Camino Iniciático de Santiago.
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