miércoles, 10 de febrero de 2021

ETAPA SAN JUAN DE ORTEGA – CIUDAD DE BURGOS.

 


Comenzamos a caminar cuando aún no había amanecido y las luces de las farolas nos servían de guía, el monasterio de San Juan de Ortega nos despide y nos desea buen camino. Nuestro destino es Burgos, la tercera de las grandes capitales del camino después de Pamplona y Logroño, sede de un condado que terminó convirtiéndose en reino y andando el tiempo aglutinó a su alrededor todas las Españas (incluidas las ultramarinas). Además subiremos a la Sierra de Atapuerca, una de las cunas de la Humanidad, al menos de la humanidad europea. 25.8 kilómetros separan el Alfa y el Omega de la etapa.


Una etapa con dos partes bien diferenciadas, la primera hasta la Cruz de Madera, que alcanzamos tras un moderado ascenso, atrás quedaron Agés y Atapuerca, a nuestros pies toda la inmensidad de Castilla. Descendemos de la sierra y ya encaramos la senda que nos llevará a Burgos, este es uno de los tramos con menos encanto de todo el Camino Francés. A los pies de la sierra se abre el valle del río Pico, un afluente del Arlanzón, y atravesamos Cardeñuela y Orbaneja (ambas apellidadas de Riopico) y decidimos tomar la variante que después de rodear el aeropuerto (muy tedioso) alcanza Castañares para llegar a Burgos caminando junto a la orilla del Arlanzón (los fanáticos puristas nunca se cansarán de recordarnos que esa no es la traza histórica), un bonito paseo fluvial, lleno de árboles, que debido al cansancio se me hizo interminable.


El final de la etapa, como todas las que tienen la meta en un entorno urbano, se alarga demasiado. Una vez que superamos la Sierra de Atapuerca, cuyo ascenso concluye en una hermosa explanada, alcanzar Burgos se hace lento, pesado, y en algunos puntos, monótono. Abandonamos el recogimiento y el silencio de San Juan de Ortega, al ajetreo y bullicio de Burgos. Son los contrastes del Camino de Santiago.






El Camino es un verdadero laboratorio que permite tener la experiencia de otra dualidad: la que opone el silencio al ruido. Las travesías de las ciudades contrastan con los recorridos en plena naturaleza. A algunos no les gusta que el Camino atraviese las grandes ciudades y hasta hay quien utiliza transportes públicos para evitar los centros urbanos. Eso puede ser un error, ya que se pierden una experiencia penosa, pero necesaria para darse cuenta de hasta qué punto el hombre es prisionero de los urbanismos desmesurados.

La llegada a Burgos es inolvidable. La etapa que nos lleva allí parece muy corta, en principio. En efecto: el peregrino se encuentra en la periferia de la ciudad mucho antes de lo que pensaba; pero no contaba con la extensión de este pulpo humano, que no deja de agrandar sus tentáculos hacia el entorno natural. Pero esta satisfacción es efímera, ya que, a la entrada a los barrios periféricos, hay un panel inolvidable que indica: “Albergue 9 kms” ¡Es una invitación para seguir caminando dos horas más para llegar al final de la etapa!.

Esta travesía permite tomar consciencia de la extensión de la ciudad que, sin embargo, no es una gran metrópoli. Hay una ruptura total con el medio natural, una discontinuidad del Camino, roto por todas las intersecciones. Las fragancias del campo se ven reemplazadas por los gases de los motores de explosión . . . El campo visual se reduce, limitado por los edificios, encerrado en líneas verticales y horizontales que se cortan en ángulo recto. Los ruidos son artificiales, agresivos y discordantes.

Esta inmersión en una ciudad nacida de la civilización tecnológica da testimonio del estado de exilio en que se encuentra el hombre que se ve obligado a vivir todos los días en este decorado.

El alba siguiente dará al peregrino la oportunidad de liberarse de esta opresión agobiante, pare regenerarse en el seno de la Dama Naturaleza.

Michel Armengaud.

La peregrinación a Compostela:

Una búsqueda espiritual.



Miércoles 12 de Julio de 2017.


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