Conocido por ser
el padre del archiconocido Vlad Tepes , el auténtico Drácula, su
actuación política nada tiene que envidiar a la de su hijo, y para
ser justos, Vlad II y no Vlad III, es el auténtico caballero de la
Orden del Dragón.
Hijo de Mircea I
el Viejo (o el Grande), uno de los más reputados príncipes de la
historia de Valaquia (Rumanía) hacia 1418 llegó a la corte de
Segismundo de Luxemburgo, rey de Hungría, como rehén para
garantizar la lealtad de su padre. Tras varios encuentros y
desencuentros a lo largo de una década, en 1431, en solemne
ceremonia, Segismundo, flamante emperador del Sacro Imperio, nombró
a Vlad voivoda de Valaquia y lo armó caballero de la Orden del
Dragón, fundada en 1418 para luchar contra los turcos y combatir a
los herejes husitas. Vlad se convierte en defensor de la frontera
transilvano -valaca, un territorio que el rey húngaro pretendía
reforzar como un estado tapón contra la Sublime Puerta. Tras la
dieta donde el nuevo voivoda juraba lealtad al Emperador, se instaló
en la ciudad de Sighisoara.
Pero nada iba a
resultar sencillo, los turcos tenían a su propio candidato,
Alexandru Aldea, hermanastro de Vlad. Los húngaros no ofrecieron
mucha ayuda, así es que Vlad se las tuvo que ingeniar para derrotar
a su medio hermano y establecerse en Tirgoviste, la capital del
principado.
Vlad nadaba entre
dos aguas, con un ojo en oriente y el otro en occidente. Este tipo de
nobles de frontera, siempre terminaban vendidos, sin el
imprescindible apoyo húngaro y ante la movilización de las tropas
turcas, Vlad optó por la opción que consideraba más oportuna para
conservar el trono, rendir homenaje al sultán, eso sí, sin
enemistarse con los magiares. Para asegurarse la frágil lealtad, el
sultán exigió a los hijos como rehenes, Vlad, el futuro empalador,
y Radu.
En 1441 Janos Hunyadi se convirtió en capitán general de Transilvania, y en la
práctica, comandante supremo de las tropas que debían defender el
flanco oriental del mundo cristiano. Con sus hijos en Anatolia y las
fuerzas húngaras en suelo patrio, Vlad no fue capaz de comprometerse
con ninguno.
La hora de la
verdad llegó en 1444, cuando un gran ejército cristiano, a
instancias del Papado, se aprestaba a expulsar a los turcos de
Europa. Cuando Vlad contempló las exiguas tropas, comentó al
comandante Hunyadi, que la batalla estaba perdida de antemano, pues
el sultán lleva a más hombres cuando sale de cacería. Al parecer
el comentario enfureció a Hunyadi y Vlad se negó a participar
personalmente en la campaña. Eso sí, envió a su primogénito
Mircea al mando de un destacamento.
La
batalla de Varna fue un desastre, y los cronistas polacos y húngaros
no tardaron en encontrar un culpable, Mircea el valaco. Tras el
descalabro Hunyadi consiguió huir, pero a su paso por Valaquia fue
apresado por Vlad, que de esta forma hacía evidente su traición.
Posiblemente Vlad quería congraciarse con el sultán, pero ante la
pasividad de este y las presiones desde Hungría, el voivoda valaco
accedió a liberar al comandante húngaro.
La
fría venganza se hizo esperar. En 1447, deseoso de reforzar
Valaquia, Hunyadi marchó a través de los Cárpatos, se negó a
negociar con Vlad y se lanzó a la batalla. Los valacos fueron
claramente derrotados, Vlad pudo huir, pero su hijo Mircea fue
apresado y ejecutado. Pocos días después, los enemigos de Vlad, lo
encontraron y apalearon hasta la muerte. Su tumba probablemente no
haya existido nunca, y es que en este contexto, era imposible morir
en paz.
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