Onecca Fortúnez, Toda,
Urraca, Juana I, Navarra ha sido cuna de grandes mujeres, y por ende
de grandes reinas, y Blanca I no desmerece en absoluto de esta
tradición, aunque es cierto, que su actuación en lo relativo a su
testamento vital, es cuanto menos, cuestionable y origen de una
controvertido debate.
Segunda hija de Carlos
III el Noble, uno de los monarcas más queridos en la historia de
Navarra, y de Leonor de Trastámara, Blanca se convirtió pronto en
una pieza más del engranaje que hacen funcionar la entrevesada
política matrimonial de la época. Su padre la prometió a Martín
el Joven, heredero de Aragón (su padre era Martín I el Humano) y
rey de Sicilia. La joven infanta se oponía al enlace, y para quebrar
su voluntad, el rey Carlos consideró recluirla en un solitario
castillo en medio de las inhóspitas Bárdenas Reales. Aislada del
mundo, Blanca cambió de idea y accedió al matromonio. Se mudó a
Sicilia, y cambió las frías tierras navarras por las soleadas
playas del mar Mediterráneo.
De entrada, la princesa
navarra, no contó con el apoyo en la corte, algo muy lógico si
pensamos que venía a sustituir a la reina legítima, y apenas tenía
influencia en los asuntos relevantes, pero Blanca era obstinada y
consciente de su posición, y en ocasión de una prolongada ausencia
de su esposo, no tuvo inconveniente en ejercer la regencia con la
prestanza y la fortaleza necesarias.
Tres muertes, más o
menos sucesivas, iban a marcar la vida de Blanca. Primero muere su
esposo (que no llegó a convertirse en rey de Aragón) aunque ella
seguirá siendo regente de Sicilia, apadrinada por su suegro. Pero su
suegro no tardaría en morir, dejando además un vacío de poder en
la Corona de Aragón y convocados los compromisarios en Caspe deciden
coronar a Fernado de Antequera, que no tardará en lanzarse a dominar
el Reino de Sicilia. Finalmente fallece su hermana mayor, Juana, la
que deja a Blanca como legítima heredera del Reino de Navarra. Su
padre no tardó en reclamarla a su lado, y en 1415 tras más de una
década morando en Sicilia, abandonará la isla para no regresar
jamás.
Las Cortes de Olite la
confirman como legítima heredera y poco después se anuncia su boda
con el infante de Aragón, futuro Juan II, celebrándose la boda en
Pamplona, como manda la tradición, en la iglesia de la novia.
Blanca era una
apetecible viuda madurita de 35 años y Juan un apuesto y fogoso
joven de 22 años, y a pesar de la evidente diferencia de edad,
parece ser que se impuso el fuerte carácter del aragonés. Una vez
oficializado el enlace, Blanca y Juan se metieron en la cama y su
pusieron manos a la obra, había que engendrar un heredero. Unos
meses después nacía Carlos, para el que su abuelo materno creo un
nuevo título, Príncipe de Viana.
La historia se refiere a
Blanca como residente habitual del maravilloso palacio de Olite,
poseedora de una religiosidad exaltada, rozando el misticismo, y con
fuertes tendencias hacia las peregrinaciones piadosas y la entrega y
ayuda a los más necesitados.
En septiembre del año
1425 moría en Olite, sede de la Corte, Carlos III y doña Blanca se
convertía en Reina de Navarra, pero debido a las injerencias e
intereses de Juan en Castilla, la coronación se pospuso hasta el
domingo de Pentecostés de 1429, ceremonia celebrada en la Catedral
de Pamplona, cuya nave central está presidida por los inmaculados
sepulcros de los padres de Blanca.
La actuación de Blanca
I de Navarra ha generado debates y controversias sin solución. Para
la historiografía tradicional, su fragilidad de carácter, el
desinterés por los asuntos políticos, y el actuar cegada por el
amor, dejaron las riendas de Navarra en manos de su ambicioso esposo,
que incluso llegó a perder territorios en favor de Castilla, como
inevitable consecuencia de la intromisión de Juan en los asuntos
meseteños.
Sin embargo, si tratamos
de olvidar tópicos y desterrar clichés, y realizamos un análisis
mása profundo del contexto (yo y mis circunstancias), es posible
encontrar sustento a otras explicaciones e hipótesis, que quizás,
solo quizás, se acerquen un poco más a la verdad. Blanca recibirá
un reino amarrado irremediablemente a una serie de compromisos
ineludibles, de tal forma que Castilla, Aragón y Navarra,
funcionarían como un todo, una madeja donde quedan enredados los
destinos de los tres reinos. Lo que ocurra en algunas de sus partes,
acabará influeyendo, de una u otra forma, y con más o menos
intensidad, en el resto. Todo este entramado había sido dibujado por
su padre mucho tiempo atrás, y gracias a esta actuación, pudo
enderezar el rumbo de un reino que zozobraba en manos de su abuelo
Carlos II.
La ciencia histórica, a
la que tanto cuesta dejar atrás la tradición, ha presentado a la
reina Blanca como némesis de Juan II, por otra parte, una de las
personalidades más arrolladoras del siglo XV occidental. Un carácter
que heredará su hijo Fernado el Católico. De cualquier modo, Blanca
era la reina propietaria y legítima, y Juan únicamente el consorte,
por tanto, siempre va a necesitar de una cobertura legal. Sin perder
de vista tampoco, el bagaje político que fue ganando la reina
durante su estancia en la corte siciliana, donde nunca lo tuvo fácil,
y tuvo que superar toda una serie de circunstancias adversas. Por
tanto, y para alcanzar a comprender la realidad política del Reino
de Navarra en estos momentos es necesario desestimar el tópico de un
rey Juan haciendo lo que le salía de las pelotas, sus actuaciones
debían estar rubricadas por la firma de Blanca.
Posiblemente el mayor de
los debates gira en torno al testamento de la reina, un testamento
que originó una guerra civil entre su hijo Carlos, y su viudo, Juan
II. La peor decisión que puede tomar una madre es lanzar a su hijo
contra su propio padre, como hizo Gea con Urano y Cronos. Según las
capitulaciones matrimoniales su hijo Carlos, debía heredar el Reino
a la muerte de Blanca Sin embargo, y aquí está el quid de la
cuestión, la reina pedía a su hijo que no tomara la Corona de
Aragón sin el consentimiento de su padre, una decisión que
convertía en la práctica, a Juan II en lugarteniente de Navarra.
¿Fue el amor por su
marido lo que impulsó a Blanca a tomar esta determinación? o ¿por
el contrario una avispada madre intuyó el peligro que suponía
cercenar el poder de Juan II?. No podemos perder de vista que Carlos
era también heredero en Aragón, y alejar a Juan del trono navarro,
significaba debilitar la posición de Aragón frente a Francia y
Castilla. ¿Fue Blanca una pitonisa que veía inevitable la fusión
de las tres coronas?. Nunca lo sabremos.
En 1441, un día después
se celebrar la boda de su hija, también llamada Blanca, con el
heredero castellano, futuro Enrique IV, la Reina fallecía mientras
participaba en una romería en honor de la Virgen de Soterraña,
recibiendo cristiana sepultura en Santa María de Nieva. Del mismo
modo que su primogénito Carlos nunca se convirtió en rey de
Navarra, su hija Blanca tampoco llegó a ser reina en Castilla, pues
su esposo la repudió una año antes de ser proclamado rey.
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