jueves, 4 de junio de 2015

BLANCA I DE NAVARRA



Onecca Fortúnez, Toda, Urraca, Juana I, Navarra ha sido cuna de grandes mujeres, y por ende de grandes reinas, y Blanca I no desmerece en absoluto de esta tradición, aunque es cierto, que su actuación en lo relativo a su testamento vital, es cuanto menos, cuestionable y origen de una controvertido debate.

Segunda hija de Carlos III el Noble, uno de los monarcas más queridos en la historia de Navarra, y de Leonor de Trastámara, Blanca se convirtió pronto en una pieza más del engranaje que hacen funcionar la entrevesada política matrimonial de la época. Su padre la prometió a Martín el Joven, heredero de Aragón (su padre era Martín I el Humano) y rey de Sicilia. La joven infanta se oponía al enlace, y para quebrar su voluntad, el rey Carlos consideró recluirla en un solitario castillo en medio de las inhóspitas Bárdenas Reales. Aislada del mundo, Blanca cambió de idea y accedió al matromonio. Se mudó a Sicilia, y cambió las frías tierras navarras por las soleadas playas del mar Mediterráneo.

De entrada, la princesa navarra, no contó con el apoyo en la corte, algo muy lógico si pensamos que venía a sustituir a la reina legítima, y apenas tenía influencia en los asuntos relevantes, pero Blanca era obstinada y consciente de su posición, y en ocasión de una prolongada ausencia de su esposo, no tuvo inconveniente en ejercer la regencia con la prestanza y la fortaleza necesarias.

Tres muertes, más o menos sucesivas, iban a marcar la vida de Blanca. Primero muere su esposo (que no llegó a convertirse en rey de Aragón) aunque ella seguirá siendo regente de Sicilia, apadrinada por su suegro. Pero su suegro no tardaría en morir, dejando además un vacío de poder en la Corona de Aragón y convocados los compromisarios en Caspe deciden coronar a Fernado de Antequera, que no tardará en lanzarse a dominar el Reino de Sicilia. Finalmente fallece su hermana mayor, Juana, la que deja a Blanca como legítima heredera del Reino de Navarra. Su padre no tardó en reclamarla a su lado, y en 1415 tras más de una década morando en Sicilia, abandonará la isla para no regresar jamás.

Las Cortes de Olite la confirman como legítima heredera y poco después se anuncia su boda con el infante de Aragón, futuro Juan II, celebrándose la boda en Pamplona, como manda la tradición, en la iglesia de la novia.

Blanca era una apetecible viuda madurita de 35 años y Juan un apuesto y fogoso joven de 22 años, y a pesar de la evidente diferencia de edad, parece ser que se impuso el fuerte carácter del aragonés. Una vez oficializado el enlace, Blanca y Juan se metieron en la cama y su pusieron manos a la obra, había que engendrar un heredero. Unos meses después nacía Carlos, para el que su abuelo materno creo un nuevo título, Príncipe de Viana.
La historia se refiere a Blanca como residente habitual del maravilloso palacio de Olite, poseedora de una religiosidad exaltada, rozando el misticismo, y con fuertes tendencias hacia las peregrinaciones piadosas y la entrega y ayuda a los más necesitados.

En septiembre del año 1425 moría en Olite, sede de la Corte, Carlos III y doña Blanca se convertía en Reina de Navarra, pero debido a las injerencias e intereses de Juan en Castilla, la coronación se pospuso hasta el domingo de Pentecostés de 1429, ceremonia celebrada en la Catedral de Pamplona, cuya nave central está presidida por los inmaculados sepulcros de los padres de Blanca.

La actuación de Blanca I de Navarra ha generado debates y controversias sin solución. Para la historiografía tradicional, su fragilidad de carácter, el desinterés por los asuntos políticos, y el actuar cegada por el amor, dejaron las riendas de Navarra en manos de su ambicioso esposo, que incluso llegó a perder territorios en favor de Castilla, como inevitable consecuencia de la intromisión de Juan en los asuntos meseteños.
Sin embargo, si tratamos de olvidar tópicos y desterrar clichés, y realizamos un análisis mása profundo del contexto (yo y mis circunstancias), es posible encontrar sustento a otras explicaciones e hipótesis, que quizás, solo quizás, se acerquen un poco más a la verdad. Blanca recibirá un reino amarrado irremediablemente a una serie de compromisos ineludibles, de tal forma que Castilla, Aragón y Navarra, funcionarían como un todo, una madeja donde quedan enredados los destinos de los tres reinos. Lo que ocurra en algunas de sus partes, acabará influeyendo, de una u otra forma, y con más o menos intensidad, en el resto. Todo este entramado había sido dibujado por su padre mucho tiempo atrás, y gracias a esta actuación, pudo enderezar el rumbo de un reino que zozobraba en manos de su abuelo Carlos II.

La ciencia histórica, a la que tanto cuesta dejar atrás la tradición, ha presentado a la reina Blanca como némesis de Juan II, por otra parte, una de las personalidades más arrolladoras del siglo XV occidental. Un carácter que heredará su hijo Fernado el Católico. De cualquier modo, Blanca era la reina propietaria y legítima, y Juan únicamente el consorte, por tanto, siempre va a necesitar de una cobertura legal. Sin perder de vista tampoco, el bagaje político que fue ganando la reina durante su estancia en la corte siciliana, donde nunca lo tuvo fácil, y tuvo que superar toda una serie de circunstancias adversas. Por tanto, y para alcanzar a comprender la realidad política del Reino de Navarra en estos momentos es necesario desestimar el tópico de un rey Juan haciendo lo que le salía de las pelotas, sus actuaciones debían estar rubricadas por la firma de Blanca.

Posiblemente el mayor de los debates gira en torno al testamento de la reina, un testamento que originó una guerra civil entre su hijo Carlos, y su viudo, Juan II. La peor decisión que puede tomar una madre es lanzar a su hijo contra su propio padre, como hizo Gea con Urano y Cronos. Según las capitulaciones matrimoniales su hijo Carlos, debía heredar el Reino a la muerte de Blanca Sin embargo, y aquí está el quid de la cuestión, la reina pedía a su hijo que no tomara la Corona de Aragón sin el consentimiento de su padre, una decisión que convertía en la práctica, a Juan II en lugarteniente de Navarra.

¿Fue el amor por su marido lo que impulsó a Blanca a tomar esta determinación? o ¿por el contrario una avispada madre intuyó el peligro que suponía cercenar el poder de Juan II?. No podemos perder de vista que Carlos era también heredero en Aragón, y alejar a Juan del trono navarro, significaba debilitar la posición de Aragón frente a Francia y Castilla. ¿Fue Blanca una pitonisa que veía inevitable la fusión de las tres coronas?. Nunca lo sabremos.


En 1441, un día después se celebrar la boda de su hija, también llamada Blanca, con el heredero castellano, futuro Enrique IV, la Reina fallecía mientras participaba en una romería en honor de la Virgen de Soterraña, recibiendo cristiana sepultura en Santa María de Nieva. Del mismo modo que su primogénito Carlos nunca se convirtió en rey de Navarra, su hija Blanca tampoco llegó a ser reina en Castilla, pues su esposo la repudió una año antes de ser proclamado rey.  

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