martes, 9 de junio de 2015

CARLOS, EL PRÍNCIPE DE VIANA.



Carlos, Príncipe de Viana, hijo de Blanca de Navarra y de Juan de Aragón, el testamento de su madre le dejó con el culo al aire y enfrentado a su padre. Blanca era reina legítima de Navarra, Juan simplemente el consorte, y Carlos el heredero. Pero Blanca, antes de morir quiso embrollar un poco la cosa, y dejó escrito que Carlos no tomase la corona sin el consentimiento de su padre. Y claro, ellos, tan machos y masculinos, arreglaron las cosas de la única manera que saben hacerlo los hombres, a tortas. Una enemistad que alcanzó odio visceral cuando Juan contrajo nuevas nupcias con Juana Enríquez. Por tanto, el pequeño reino navarro se vio enfrascado en una guerra civil, con el clan de los beaumonteses y el condestable castellano Álvaro de Luna apoyando al hijo, y los agramonteses al padre. Además de por ser hijo desobediente que nunca quiso doblegarse ante su ambicioso padre, y conformarse simplemente con ser lugarteniente del reino, Carlos de Viana, que había recibido esmerada educación en la corte de Olite, en la que puso especial interés su abuelo Carlos III, destacó como mecenas y promotor de las artes. Vamos un auténtico príncipe del Renacimiento. Pero se topó con un mal rival. El ejército de Carlos cayó derrotado en la batalla de Aibar en 1451 y a partir de ahí no pararon las desgracias. Fue prisionero de su padre durante dos años, y más tarde desheredado. Viajó a Nápoles a pedir ayuda a su tío Alfonso V, y casi no lo ve con vida. Intentó arreglar un matrimonio con la infanta de Castilla Isabel (futura reina Católica) pero Juan II tenía un candidato mejor, el hermanastro de Carlos, Fernando (que acabaría llevándose a Isabel al huerto). La estrella de Carlos se iba apagando irremediablemente, pero aún así decidió jugar una última carta. En 1461, en medio del descontento y los disturbios que asolaban Barcelona por el enfrentamiento entre la biga y la busca, Carlos se personó en la ciudad condal, y los catalanes sublevados contra el rey Juan, lo convirtieron en el estandarte de su lucha. Mas el destino no tenía prevista la gloria para el Príncipa de Viana, y en septiembre de ese mismo año murió de tuberculosis en el Palacio Real de Barcelona. Nunca faltaron las sospechas de que su muerte fue debida al veneno. Ni de que su madrastra Juana Enríquez estaba detrás de la maniobra.

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