Carlos, Príncipe de Viana, hijo de Blanca de Navarra y de Juan de
Aragón, el testamento de su madre le dejó con el culo al aire y
enfrentado a su padre. Blanca era reina legítima de Navarra, Juan
simplemente el consorte, y Carlos el heredero. Pero Blanca, antes de
morir quiso embrollar un poco la cosa, y dejó escrito que Carlos no
tomase la corona sin el consentimiento de su padre. Y claro, ellos,
tan machos y masculinos, arreglaron las cosas de la única manera que
saben hacerlo los hombres, a tortas. Una enemistad que alcanzó odio
visceral cuando Juan contrajo nuevas nupcias con Juana Enríquez. Por
tanto, el pequeño reino navarro se vio enfrascado en una guerra
civil, con el clan de los beaumonteses y el condestable castellano
Álvaro de Luna apoyando al hijo, y los agramonteses al padre. Además
de por ser hijo desobediente que nunca quiso doblegarse ante su
ambicioso padre, y conformarse simplemente con ser lugarteniente del
reino, Carlos de Viana, que había recibido esmerada educación en la
corte de Olite, en la que puso especial interés su abuelo Carlos
III, destacó como mecenas y promotor de las artes. Vamos un
auténtico príncipe del Renacimiento. Pero se topó con un mal
rival. El ejército de Carlos cayó derrotado en la batalla de Aibar
en 1451 y a partir de ahí no pararon las desgracias. Fue prisionero
de su padre durante dos años, y más tarde desheredado. Viajó a
Nápoles a pedir ayuda a su tío Alfonso V, y casi no lo ve con vida.
Intentó arreglar un matrimonio con la infanta de Castilla Isabel
(futura reina Católica) pero Juan II tenía un candidato mejor, el
hermanastro de Carlos, Fernando (que acabaría llevándose a Isabel
al huerto). La estrella de Carlos se iba apagando irremediablemente,
pero aún así decidió jugar una última carta. En 1461, en medio
del descontento y los disturbios que asolaban Barcelona por el
enfrentamiento entre la biga y la busca, Carlos se
personó en la ciudad condal, y los catalanes sublevados contra el
rey Juan, lo convirtieron en el estandarte de su lucha. Mas el
destino no tenía prevista la gloria para el Príncipa de Viana, y en
septiembre de ese mismo año murió de tuberculosis en el Palacio
Real de Barcelona. Nunca faltaron las sospechas de que su muerte fue
debida al veneno. Ni de que su madrastra Juana Enríquez estaba
detrás de la maniobra.
Pequeños cuentos centroeuropeos
Hace 1 hora
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