44 A partir de aquí comienzan los estados de los suyones, en el mismo Océano, que basan su poderío en su flota, aparte de hombres y armas. La forma de sus naves se distingue por tener proa en los dos extremos, con lo que disponen siempre de un frente apto para el abordaje. No maniobran con velas ni incorporan a sus costados filas de remos; el aparejo va suelto, como en algunos ríos, y se puede enfilar en una dirección u otra, según la circunstancia lo requiera.
Tienen en gran consideración la riqueza y por eso manda uno solo, sin ninguna traba, y están obligados a obedecerle sin reservas. No tienen sus armas a la disposición de todos, como el resto de los germanos, sino guardadas y con vigilante, precisamente un esclavo, porque el Océano impide las incursiones repentidas de enemigos y, en cambio, una tropa de hombres armados puede provocar fácilmente desórdenes; en realidad, el no poner al cuidado de las armas a un noble, un libre o siquiera un liberto redunda en interés del rey.
45 Tras los suyones hay otro mar: en calma, casi inmóvil; se cree que rodea y clausura el orbe de las tierras, porque el último resplandor del sol al ponerse dura hasta el amanecer, y tan brillante que difumina las estrellas. La credulidad añade que se puede escuchar su sonido al emerger y que se ven las figuras de sus caballos y los rayos de su cabeza. Hasta aquí, y sólo en eso son ciertos los rumores, llega el mundo.
Y bien, la costa derecha del mar suevo baña a los pueblos estíos, que tienen los ritos y costumbres de los suevos; la lengua está más próxima a la británica. Veneran a la madre de los dioses. Como distintivo de su religión, portan amuletos en forma de jabalíes. Esto asume el papel de las armas y de la protección de los hombres, y proporciona seguridad al devoto de la diosa, aún en medio de los enemigos. Es raro el uso del hierro, frecuente al de palos. Cultivan el trigo y otros productos con una paciencia inhabitual en la desidia característica de los germanos. Pero exploran también el mar y son los únicos que buscan el ámbar, al que llaman "gleso" y que recogen en las zonas de bajura y en la misma orilla. Pero no han investigado ni averiguado, como bárbaros que son, cual es su naturaleza y su proceso de formación; es más, durante largo tiempo yacía entre los demás residuos arrojados por el mar, hasta qué nuestra afición al lujo le dio fama. Ellos no lo utilizan para nada: se recoge en bruto, se transporta sin refinar y se extrañan cuando reciben dinero a cambio. Podría pensarse, no obstante, que es un exudado de los árboles, pues muchas veces dejan transparentar ciertos animales terrestres y también volátiles, que, engullidos en una sustancia líquida, quedaron aprisionados al solidificarse ésta. Tal como sucede en regiones apartadas de Oriente, donde los árboles destilan incienso y bálsamo, podría creerse que hay bosques y arboledas muy productivas en las islas y tierras del Occidente, con sustancias que, exudadas y licuadas por los cercanos rayos del sol, van a parar al mar próximo y, por la fuerza de las tempestades, terminan depositándose en las costas de enfrente. Si se intenta averiguar la naturaleza del ámbar aplicándole fuego, arde como una tea produciendo una llama grasienta y olorosa; acto seguido se reblandece, como la pez o la resina.
Los pueblos de los sitones siguen a los suyones; semejantes en todo, se diferencian sólo en que reina una mujer: en tan gran medida degeneran no sólo respecto de su libertad, sino hasta de la misma esclavitud.
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