3 El Betis y el Anas, navegables.
El Betis, a lo largo de sus orillas, está densamente poblado y es navegable corriente arriba casi mil doscientos estadios desde el mar hasta Córduba y lugares situados un poco más al interior. Y la verdad es que están cultivados con esmero tanto la zona ribereña como los islotes del río. Además ofrecen una agradable vista, porque sus tierras están hermoseadas con bosques y otros cultivos. Así pues, hasta Híspalis la navegación se efectúa en embarcaciones de tamaño considerable, a lo largo de un trecho no muy inferior a quinientos estadios; hasta las ciudades de más arriba hasta Ilipa en barcos más pequeños, y hasta Córduba en lanchas fluviales hechas hoy día con maderas ensamblados, pero que antiguamente se confeccionaban a partir de un solo tronco. El tramo superior hasta Castalón no es ya navegable.
Paralelas al río se extienden algunas cadenas de montañas que se le acercan más o menos por el Norte, llenas de minerales. Donde abunda más la plata es en las proximidades de Ilipa y Sisapon, tanto de la llamada antigua como de la moderna, y en la zona de la llamada Cotinas se produce el cobre junto con el oro. Por tanto, a mano izquierda según se remonta el río se encuentran estas montañas, mientras que a la derecha se extiende una gran llanura, ubérrima, con grandes árboles y excelente para los rebaños.
También el Anas es remontable, pero no con barcos de tanta envergadura ni durante tan largo trecho. En su orilla norte hay también montañas con minas, que llegan hasta el Tago. Naturalmente, las regiones que tienen minas son por fuerza escabrosas y poco fértiles, como es el caso de las que bordean Carpetania y, en mayor medida aún, Celtiberia. De la misma naturaleza es también la Beturia, que posee áridas llanuras que bordean el Anas.
4 Los esteros.
Pero la propia Turdetania goza de unas asombrosas condiciones. Además de ser ella misma productora de todo y en abundancia, duplica sus beneficios con la exportación, pues el excedente de sus productos es fácilmente vendido por sus numerosos barcos mercantes. Hacen posible esto los ríos y los esteros que, como dije, son comparables a los ríos e igualmente remontables desde el mar hacia las ciudades del interior, no sólo por naves pequeñas, sino también por las grandes. Pues la tierra que se halla al interior del extenso litorial comprendido entre el Promontorio Sagrado y las Columnas constituye toda ella una llanura. Allí, en distintos puntos, avanzan hacia el interior desde el mar unas depresiones semejantes a cañones de mediana profundidad o a lechos de ríos que se prolongan muchos estadios. Las subidas de nivel del mar durante las pleamares las anegan, de forma que no son menos remontables que los ríos, sino incluso mejor. Pues la navegación se parece aquí a la que se practica en los descensos fluviales, al no haber ningún obstáculo de frente y empujar además de popa el mar, por la subida de la marea, igual que la corriente de un río. Allí tienen más amplitud las mareas que en otros lugares, porque el mar, costreñido desde un gran océano hacia el breve estrecho que forma Maurusia con Iberia, se regolfa y se precipita sobre las partes de la tierra que ceden fácilmente ante él. Algunas de estas depresiones se vacían durante las bajamares, a otras no las abandona del todo el agua y otras, en fin, configuran islas en su seno. Tales son, pues, los esteros entre el Promontorio Sagrado y las Columnas, que tienen una subida de nivel más pronunciada que la de otros sitios. Una crecida semejante ofrece también una ventaja para las necesidades de los navegantes, y es que hace a los esteros mayores y más numerosos, navegables muchas veces incluso cuatrocientos estadios, de manera que, en cierto modo, deja toda la tierra navegable y expedita para las exportaciones e importaciones de mercancías. Pero tiene también un inconveniente, porque la navegación fluvial, a causa del ímpetu de la pleamar, que empuja muy fuertemente en sentido contrario a la corriente de los ríos, comporta un riesgo no pequeño para las embarcaciones, tanto si van en dirección al mar como si van tierra adentro. Por otra parte, los reflujos en los esteros son peligrosos, porque también ellos se acentúan proporcionalmente a las subidas de la marea y, debido a su rapidez, han varado en seco muchas veces una nave. Y los rebaños que cruzaban en dirección a las islas de frente a la desembocadura de los ríos o de los esteros, unas veces fueron tragados por el agua y otras quedaron aislados y, obligados a regresar, no fueron capaces y perecieron. Y se dice que las vacas, que tienen observada esta circunstancia, esperan la retirada del mar y entonces regresan a tierra firme.
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