46 Ésta es el confín de Suevia. No sé si incluir entre los germanos o los sármatas a los pueblos de los peucinos, vénedos y fenos; aunque los peucinos, a los que algunos llaman bastarnas, actúan como los germanos en lengua, costumbres, asentamientos y modo de construir sus casas; la suciedad es patrimonio de todos, y la indolencia lo es de los notables; a causa de enlaces matrimoniales con los sármatas acaban por adquirir un aspecto desagradable, parecido al de éstos.
Los vénedos han tomado mucho de sus costumbres, pues recorren saqueando todo el territorio de bosques y montes que se levanta entre peucinos y fenos. A éstos, en cambio, se los cuenta más bien entre los germanos, porque fijan sus domicilios, llevan escudos y les gusta utilizar las piernas con rapidez, todo lo cual es diferente de los sármatas, que viven en carros y caballos. Hay en los fenos un salvajismo asombroso y una pobreza detestable: ni armas, ni caballos, ni hogares; hierba para alimentarse, pieles para vestirse, el suelo para dormir: toda su esperanza en las flechas, que, a falta de hierro, llevan un hueso afilado en la punta. La caza proporciona alimento lo mismo a hombres que a mujeres, pues éstas les acompañan a todos los sitios y reclaman su parte en el botín. Los niños no tienen otro refugio frente a las fieras y lluvias que la cubierta de ramas entrelazadas; allí acuden también los jóvenes y es protección para los ancianos. Pero piensan que así y todo es mejor que sufrir en los campos, trabajar en las casas y mantener siempre expuestas sus propias fortunas y las ajenas entre la esperanza y el miedo. Tranquilos de cara a los hombres y los dioses, han conseguido algo muy difícil: no echar en falta ni siquiera el deseo.
Lo demás es ya legendario: que los helusios y oxiones tienen rostro y rasgos humanos y miembros de animales. Lo dejamos en el aire, como algo no comprobado.
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