La cuarta
capital imperial de Marruecos (junto a Fez, Rabath y Marrakech) es
una interesante ciudad de larga historia, monumental y llena de la
vitalidad típica de las viejas urbes del Mediterráneo. Situada en
el corazón de una de las regiones más fértiles del país, domina
al oeste las llanuras del Gharb y al este las montañas del Medio
Atlas. Esta posición privilegiada la obligó a padecer largos
asedios, saqueos y destrucción. No obstante siempre ha sido capaz de
renacer de sus propias cenizas.
Bullicio y
ajetreo, vendedores de lo cotidiano inundan las aceras y cualquier
esquina.
La primera
parada en el camino hacia el desierto de Sahara, hoy una ciudad de
provincias, ayer capital del reino de Marruecos con el sultán Mulay
Ismail. Este soberano, coetáneo entre otros de Luis XIV de Francia,
embelleció Meknes (o Mequinez), con puertas monumentales, jardines,
palacios y mezquitas. Una población digna de un imperio conocida
como la Versalles de Marruecos.
Meknes
(Mequínez en su versión castellanizada) debe su nombre a la tribu
de los miknasa, cuyos señores participaron durante el siglo X en las
luchas entre los omeyas de Córdoba y los fatimíes de Túnez.
Una ciudad
pequeña, cuyos restos, edificios y murallas, presumen de su pasada
grandeza. Las imponentes y largas murallas encierran los palacios
imperiales, el sueño del prime rey de la dinastía alauita.
Ubicada a
los pies del impresionante Atlas, entra el Atlas Medio y las colinas
prerrifeñas, en un meseta que alcanza los 500 metros de altura. Los
orígenes se remontan al siglo VIII y se vinculan con una tribu
bereber conocida con el nombre de Meknasa. La llegada de los
almorávides tiempo después suposo la fortificación de esta
población. Tras el colapso del poder almorávide la ciudad cayó en
manos almohades. Estos últimos otorgaron a Meknes la categoría de
medina, antes no era más que una villa donde predominaba el aspecto
rural.
Más tarde los benimerines embellecieron la ciudad, aunque el
auténtico esplendor de Meknes tuvo lugar en el siglo XVII cuando
Mulay Ismail (fundador de la dinastía alauita) la convirtió en la
capital política del país.
Plaza fuerte
y residencia real, Mequínez se transformó en un inmenso solar de
obras, murallas, bastiones, puertas monumentales, explanadas,
palacios, cuadras, graneros y estanques aparecen, se entremezclan,
cambiando por completo la ciudad medieval, cubriendo la kasba y las
residencias de las épocas almohade y meriní precedentes. Muley
Ismail, el rey constructor que mostraba una abierta inclinación por
la monumentalidad, vigila personalmente las obras. Rodea su capital
de un recinto de 40 kms, de muros. La kasba que envuelve sus palacios
presenta 20 puertas fortificadas; sus cuadras daban cabida hasta a
12.000 caballos; unos 50 palacios, independientes unos de otros,
iluminan el cielo de Mequínez con sus cúpulas piramidales cubiertas
de tejas verdes. En ls obras trabajaron obreros, artesanos y
albañiles de todas las partes del reino, así como numerosos
cautivos cristianos fruto del corso practicado en los puertos del
criben y la comparan a menudo con las grandes metrópolis de la
época.
Itinerario
cultural de Almorávides y Almohades.
Magreb y
península Ibérica. Fundación: El legado andalusí.
Junto los
árabes y los bereberes, Meknes acogió a una importante comunidad de
judíos y a numerosos moriscos expulsados de España.
La ciudad se
encuentra situada en una de las mejores regiones agrícolas del
Marruecos y es por derecho propio un destacado punto para el comercio
y la producción agraria. La riqueza agrícola de Meknes es
legendaria, los textos medievales se referían a ella como Miknasat
al – Zaytum; Mekes del Olivo. En la actualidad sigue siendo el país
de la vid (el principal productos de vino del país) y de otras
frutas.
Recias
murallas almenadas de color rojizo protegen la ciudad y delimitan los
diferentes espacios urbanos. Leí por ahí que existen 40 kilómetros
de muralla, y tras pasar un día entero caminando sin perderlas de
vista no parece un exageración.
La menos
turística de las cuatro capitales históricas del país. Esta
circunstancia le confiere un encanto especial de ciudad de segunda
fila.
Siempre he
pensado que la mejor manera de ver una ciudad, conocer a su gente,
acercarse a la cultura e intuir, al menos, su idiosincracia, es
perderse por sus calles, caminar sin rumbo, dejándose sorprender en
una esquina, una plaza o un desvencijado comercio. Y eso es lo que
hicimos una mañana en Meknes y descubrimos sonidos, olores, colores
y sabores de un mercado en cualquier rincón del ancho mundo.
Por supuesto nos acercamos a la deliciosa grastronomía marroquí.
Por supuesto nos acercamos a la deliciosa grastronomía marroquí.
Las cigüeñas
cubren los cielos y construyen sus nidos en cualquier lugar elevado.
Las
cigüeñas se han adaptado perfectamente a la vida en las ciudades.
Meknes cuenta con una numerosa colonia de esta bella ave. Juro que
nunca he visto tantas en mi vida.
La plaza el
Hedim se extiende entre la Medina y la zona noble de la ciudad.
La
ornamentada puerta Bab el Mansour permite el paso a la ciudad
imperial levantada con esmero por Mulay Ismail.
Además de
palacios, graneros, caballerizas y un impresionante estanque, en su
interior se levanta el suntuoso mausoleo de Ismail.
La
entrada del mausoleo de Mulay Ismail.
Capitel. Meknes es heredera de la ciudad romana de Vollubilis y en
sus calles es fácil encontrar restos de aquella urbe.
La medina de
Lalla Auda se ubica en el interior de la ciudad imperial.
En
el espacio que se abre entre las murallas se extiende la plaza Lalla
Auda.
En el
interior de la medina se disponen casas, talleres y comercios varios.
La zona residencial es un laberinto colosal, tan complicado como
embaucador.
Durante gran
parte de su historia Meknes ha sido un destacado centro cultural. En
el siglo XVI acogió a uno de los más populares poetas marroquíes;
Sidi Abd al-Rahman al-Maydub, el loco por Dios. En los jardines de la
ciudad aún resuenan los ecos de sus versos:
“Mi
corazón se parece a un horno de calero,
encerrado en
el intenso calor de su fuego;
por encima,
ningún fuego;
y por
debajo, piedras calcinadas”.
Meknes fue
también un notable centro de peregrinación, gracias al santuario
del patrón de la ciudad, al Hadi Ben Aisha, un reformador religioso
del siglo XVI que fundo la hermandad mística aisawa. Aún
en la actualidad cuenta con muchos seguidores.
Las antiguas
murallas compartimentan la ciudad en plazas y barrios, medinas,
mezquitas y palacios. Aquí cualquier lugar es bueno para montar un
mercadillo efímero (el producto que puedes comprar hoy quizás
mañana no lo encuentres). El magrebí, ya sea árabe o bereber,
lleva el comercio en las venas, vive por y para ello. Su máxima es
vender y regatear. ¿O era al revés?.
No
pueden faltar ni los colores ni las rejas.
Un país dedicado al sector primario. Olores, colores y sabores
auténticos (pudimos comprobarlo). Aquí nadie compra la fruta ni la
verdura en el supermercado. Aquí la verdura salta del huerto a la
cazuela.
Toda la belleza del estanque de Agdad en un medio día del mes de diciembre (un cálido invierno en esta parte del país).
Al caer la noche los comerciantes recogen sus tenderetes y marchan a descansar. Es la ley no escrita del zoco callejero. Los puestos ambulantes y mercancías quedan en la calle, todos amantonados en un solar que también sirve de aparcamiento situado a los pies de la poderosa muralla.
Nosotros
pernoctamos ahí.
Las bestias descansan y se preparan para una larga y agotadora
jornada de trabajo. Estas calesas pretender recrear el ambiente
maravilloso de aquellas fantásticas narraciones de las Mil y una
noches.
Un lugar lleno de contrastes y desequilibrios.
Un lugar lleno de contrastes y desequilibrios.
El
cielo de Meknes. Cubiertas planas y viejas azoteas, una forma
constructiva típica en ambas orillas del Mare Nostrum.
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