El
minia Melampo, nieto de Creteo, vivía en Pilos, Mesenia, y fue el
primer mortal al que se concedieron los dones proféticos, el primero
que practicó la medicina, el primero que edificó templos a Dioniso
en Grecia y el primero que mezcló el vino con agua.
Su
hermano Biante, por quien sentía gran afecto, se enamoró de su
prima Pero, y eran tantos los pretendientes a su mano que su padre
Neleo la prometió al hombre que pudiera ahuyentar de Milacas el
ganado del rey Fílaco. Éste apreciaba ese ganado más que cualquier
otra cosa del mundo, con excepción de su hijo único Ificlo, y lo
guardaba personalmente con la ayuda de un perro que nunca dormía y
al que nadie se podía acercar.
Ahora
bien, Melampo entendía el lenguaje de las aves, pues le había
limpiado los oídos, lamiéndoselos, una carnada agradecida de
serpientes jóvenes a las que había librado de la muerte a manos de
sus sirvientes y los cadáveres de cuyos padres había enterrado
piadosamente. Además, Apolo, con quien se encontró un día en las
orillas del río Alfeo, le enseñó a profetizar examinando las
entrañas de las víctimas sacrificadas. Así fue cómo supo que
quienquiera que tratase de robar el ganado de Fílaco lo recibiría
como obsequio, pero sólo después de haber estado encarcelado
durante exactamente un año. Como Biante estaba desesperado, Melampo
decidió ir al establo de Fílaco en plena noche, pero tan pronto
como intentó tocar una vaca el perro le mordió en la pierna y
Fílaco, levantándose de un salto de la paja en que dormía, lo hizo
encarcelar. Eso era, por supuesto, lo que esperaba Melampo.
En
la tarde del día en que terminaba su año de encarcelamiento oyó Melampo a dos carcomas que hablaban en el extremo de la viga que se introducía en la pared sobre su cabeza. Una de ellas preguntó con
un suspiro de cansancio:
—¿Cuántos
días de roer nos quedan todavía, hermana?
La
otra, con la boca llena de polvo de madera, contestó:
—Estamos
progresando mucho. La viga caerá mañana al amanecer si no perdemos
el tiempo en conversaciones inútiles.
Melampo
gritó al oír eso:
—¡Fílaco,
Fílaco, te ruego que me traslades a otra celda! Aunque
Fílaco se rió de las razones de Melampo, le trasladó a otra celda.
Cuando la viga cayó en la hora predicha y mató a una de las mujeres
que ayudaban a sacar la cama, la presciencia de Melampo dejó
asombrado a Fílaco.
—Te
concederé la libertad y el ganado —le dijo— si curas de
la
impotencia a mi hijo Ificlo.
Melampo
accedió. Comenzó la tarea sacrificando dos toros a Apolo, y después
de haber quemado los fémures con la grasa, dejó las reses muertas
junto al altar. Poco después descendieron dos buitres y uno de ellos
le dijo al otro:
—Deben
haber pasado varios años desde que estuvimos aquí la última vez.
Fue cuando Fílaco castraba carneros y nosotros tuvimos nuestros
gajes.
—Lo
recuerdo —dijo el otro— Ificlo que entonces era todavía un niño,
vio que se le acercaba su padre con un cuchillo manchado con sangre y
se asustó. Al parecer temía que le castrara también a él, porque
se puso a gritar con todas sus fuerzas. Fílaco clavó el cuchillo en
el peral sagrado que se alzaba aquí, para no perderlo, mientras
corría a consolar a Ificlo. Ese susto explica la impotencia. ¡Pero
Fílaco se olvidó de recoger el cuchillo! Allí está todavía,
clavado en el árbol, pero la corteza ha cubierto su hoja y sólo se
ve el extremo del mango.
—En
ese caso —observó el primer buitre— el remedio de la impotencia
de Ificlo sería extraer el cuchillo, raspar el orín dejado por la
sangre de carnero y administrárselo, mezclado con agua, durante diez
días seguidos.
—Estoy
de acuerdo —declaró el otro buitre—. ¿Pero quién aún con
menos inteligencia que nosotros, sería lo suficientemente sensato
como para prescribir semejante medicina?
Así
pudo Melampo curar a Ificlo, quien no tardó en engendrar un hijo
llamado Podarces; y, habiendo reclamado primeramente el ganado y
luego a Pero, entregó ésta, todavía virgen, a su agradecido
hermano Biante.
Ahora
bien, Preto, hijo de Abante, que reinaba en Argólide juntamente con
Acrisio, se había casado con Estenebea, quien le
dio tres hijas llamadas Lisipe, Ifínoe e Ifianasa, aunque
algunos llaman a las dos menores Hipónoe y Cirianasa. Bien porque
habían ofendido a Dioniso, o bien porque habían ofendido a Hera por
haber incurrido excesivamente en amoríos, o robando el oro de su
imagen en Tirinto, la capital de su padre, los dioses enloquecieron a
las tres, que recorrían furiosas las montañas como vacas picadas
por el tábano, conduciéndose de la manera más desordenada y
atacando a los viajeros.
Cuando
Melampo se enteró de eso fue a Tirinto y se ofreció a curarlas, con
la condición de que Preto le recompesara con la tercera parte de su
reino.
—El
precio es demasiado alto —replicó Preto bruscamente, y Melampo se
retiró.
La
locura se extendió a las mujeres argivas, muchas de las cuales
mataban a sus hijos, abandonaban sus hogares y en su desvarío iban a
unirse a las tres hijas de Preto, por lo que no había seguridad en
los caminos y los rebaños de ovejas y el ganado vacuno sufrían
fuertes pérdidas, porque las mujeres desenfrenadas descuartizaban a
los animales y los devoraban crudos. Al ver eso Preto se apresuró a
llamar a Melampo para decirle que aceptaba sus condiciones.
—No,
no —dijo Melampo—, así como ha aumentado la enfermedad, así
también han aumentado mis honorarios. Dame a mí una tercera parte
de tu reino y dale otra tercera parte a mi hermano Biante, y me
comprometo a librarte de esa calamidad. Si te niegas, no quedará en
su hogar una sola mujer argiva. Preto aceptó y Melampo le aconsejó:
—Promete
veinte bueyes rojos a Helio —yo te diré lo que debes decir— y
todo andará bien.
En
conformidad, Preto prometió los bueyes a Helio, con la condición de
que sus hijas y las acompañantes de éstas se curasen, y Helio que
lo ve todo, prometió inmediatamente a Artemis que le daría los
nombres de ciertos reyes que no habían hecho sacrificios, con la
condición de que convenciera a Hera para que anulara
su maldición de las mujeres argivas. Ahora bien, Artemis
había perseguido y dado muerte recientemente a la ninfa Calisto para
complacer a Hera, por lo que no tuvo dificultad en ponerla de su lado
en el asunto. Así es como se hacen las cosas tanto en el cielo como
en la tierra: una mano lava a la otra.
Luego
Melampo, ayudado por Biante y un grupo escogido de jóvenes fornidos
condujeron a la desordenada multitud de mujeres de las montañas a
Sición, donde se curaron de su locura, y luego las purificaron
mediante la inmersión en un pozo sagrado. Como no encontraron a las
hijas de Preto entre aquella chusma, Melampo y Biante fueron otra vez
en su busca y persiguieron a las tres hasta Lusi en Arcadia, donde se
refugiaron en una cueva que daba al río Estigia. Allí Lisipe e
Ifianasa recuperaron su juicio y se purificaron, pero Ifínoe había
muerto en el camino.
Melampo,
se casó luego con Lisipe; Biante (cuya esposa Pero había muerto
hacía poco) se casó con Ifianasa, y Preto recompensó a ambos de
acuerdo con su promesa. Pero algunos dicen que el verdadero nombre de
Preto era Anaxágoras.
Robert Graves.
Los Mitos Griegos.
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