Saurios escamosos, erguidos y
bípedos, ataviados con taparrabos y armados con lanzas, arcos y
flechas para cazar. Organizados en pequeños grupos tribales,
dominando el fuego y viviendo en cavernas. ¿Pudo llegar a ocurrir
algo así? ¿Existirá un ignoto exoplaneta, que orbita alrededor de
una lejana estrella situada a millones de años luz de la Tierra y
habitado por seres reptilianos inteligentes? ¿Fue posible que la
evolución hubiese engendrado este tipo de criaturas?. Algunos
científicos (unos pocos) opinan que sí.
En el año 1982 (el mismo año
que Naranjito se convirtió en símbolo de la apertura de España al
mundo) el paleontólogo Dale Russell publicó un artículo en el que
describía la reconstrucción de Stenonychosaurus – actualmente
troodo – un dinosaurio que presentaba un destacado volumen craneal.
En un alarde de creatividad y cierto atrevimiento inherentes a todo
buen científico, Russell planteó una sugerente hipótesis. Imaginó
la posible evolución de troodon se no se hubiese extinguido.
Bautizó a su hipotético reptil dinosauroide, un dinosaurio con gran
capacidad intelectual, que caminaba erguido y era capaz de fabricar
herramientas e ideas tácticas útiles para garantizar su
supervivencia. Una criatura que puebla tierras desconocidas y mundos
imaginarios, como esos planetas que visitan los miembros de la
tripulación del Enterprise.
Para plantear su hipótesis
Russell partió del estudio anatómico del troodon y de su enorme
volumen craneal. El dinosaurio habría seguido un proceso evolutivo
paralelo al de los homínidos, aumentando el tamaño y la capacidad
del cerebro, una circunstancia que le obligaría a adquirir posición
erecta y acortar el cuello para soportar mejor el peso de la cabeza.
Por lo demás, al igual que los homínidos, cambió la morfología
del pie y liberó las manos, que ahora las podría utilizar para
transportar útiles. Evidentemente, y como cabría esperar, esta
hipótesis cuenta con una gran oposición entre la comunidad
científica internacional. La hipótesis de Russell ha sido
criticada. sobre todo, por haber explicado el desarrollo de su
dinosauroide teniendo como referente exclusivo al ser humano; la
antropomorfización del reptil.
Posteriormente un tal Conway
Morris publicó un libro “Inevitable humans in a lonely
Universe” en el que postula la convergencia evolutiva. Según
esta teoría la evolución siempre repite las mismas soluciones para
los problemas biológicos, de tal forma que los rasgos más perfectos
se corresponderían con los de un bípedo inteligente. Algunos
exobiólogos (entusiastas de la búsqueda de vida – a ser posible
inteligente – en otros planetas) se apoyan en los esquemas de
Morris para teorizar sobre la morfología de la vida inteligente
extraterrestre. Desde el principio de los tiempos, desde las primeras
manifestaciones artísticas y literarias tendemos a humanizar la
naturaleza, observamos e interpretamos el mundo en clave humana
¿acaso puede ser de otra manera?.
El dinosauroide de Russell era un
reptil bípedo, provisto de un gran cerebro y ojos enormes, manos de
tres dedos y ausencia de genitales externos (como todos los
reptiles). Un ser, sin duda, que nos traslada a la novela y al cine
de ciencia ficción. La región reptiliana de nuestro cerebro nos
pone en contacto con nuestro yo saurio.
Evolución ficción, una
confrontación letal entre dinosauroides y neandertales, de la que se
aprovechó sapiens para imponerse a ambas especies, extinguirlos y
dominar el planeta.
En un alarde de imaginación sin
límites, hay quien se aventura a pensar en una especie de dinosaurio
inteligente, que hace varios millones de años fue capaz de
desarrollar una tecnología que les permitió colonizar otros
planetas. ¿Quién no recuerda la serie V?.
La catástrofe que acabó con los
grandes dinosaurios también borró las huellas de esta civilización.
Al fin y al cabo ¿qué quedará de la especia humana en la Tierra
dentro de 70 millones de años?. Si hacemos un pequeño esfuerzo
podemos visualizar a un barbudo Charlton Heston horrorizado al
aterrizar en un lugar yermo y devastado y descubrir que se encuentra
en “el Planeta de los Dinosaurios”.
Isaac Asimov, Edgar Rice
Burroughs, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke o Jules Verne, maestros de
la ciencia ficción nos ha enseñado a soñar con lo imposible. Más
ficción que ciencia, pesa más la ilusión que el empirismo, la
fantasía que la física, pero no obstante, las leyes de la evolución
ni son lineales, ni son aceptadas por todos. La ciencia ficción, un
terrero abonado para la especulación filosófica, elucubramos sobre
sociedades utópicas o distópicas, desarrolladas en este planeta o
en una galaxia muy, muy lejana.
Escribiendo este post he tenido
una regresión a mi infancia y he revivido mir primer contacto con la
ciencia ficción, la serie animada “Érase una vez el espacio”.
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