Cosme de Médici es el
prototipo de magnate italiano; guapo, rico, con buen gusto,
preocupado por la cultura y amente de la belleza en todas sus
expresiones. Un notable hombre de negocios que tomó las riendas de
la familia con unos cuarenta años tras el deceso de su padre. Antes
de eso, paso veinte años recorriendo el Occidente Cristiano y
conocía a la perfección la situación económica general y estaba
al tanto de las empresas de su padre.
Heredó prósperos
negocios que incluían compañías comerciales y sociedades
organizadas a través de filiales, que tenían su sede central en la
bella Florencia. Cosme administró a las mil maravillas la fortuna y
gracias a su ingente riqueza ejerció funciones púlicas en la
ciudad, incluyendo la magistratura suprema de justicia, aunque
siempre intentó mantenerse al margen de la poítica activa. Sus
adversarios (todo hombre poderoso que se precie los tiene) lograron
desterrarlo, mas sus negocios siguieron prosperando.
Para poder regresar a
Florencia era necesario hacer política, así es que a partir de 1434
volvió a su ciudad, y durante treinta años se convirtió en el
dueño absoluto, hasta el punto de ser considerado el Padre de la
Patria.
Dirigió con maestría
sus negocios y parte de la fortuna estaba invertida en bienes
inmuebles (el ladrillo es el ladrillo), como palacios y mansiones,
donde fue acumulando gran cantidad de oras de arte y de manuscritos,
no para hacer negocios, sino para disfrute personal. De la misma
manera reunió a su alrededor a diversos humanistas para conocer las
ideas de Platón y de Aristóteles y se convirtió en el protector de
reputados artistas como Donatello y Brunelleschi.
Yves Renouard escribió
sobre él: “Amo político de Florencia, sin fundar una señorío,
ni abandonar sus negocios, cristiano tradicional muy interesado en
las investigaciones de los humanistas, hombre de buen gusto inclinado
tanto hacia los consevadores como hacia los innovadores”.
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