“Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela...” es el inicio de uno de los poemas
mas famosos y recitados de la literatura en lengua castellana, la
Canción del Pirata, escrita por José de Espronceda. Los románticos
del siglo XIX y los cineastas del XX – Contado y Jack Sparrow
respectivamente – convirtieron la figura del pirata en un anhelo,
un auténtico sueño adolescente de poder, libertad y aventuras.
Antes que Henry Morgan y Sir Francis Drake, y compartiendo escenario
con Jeriddim Barbarroja, el navarro Roncal el Salteador, marinero e
ingeniero, hizo del corso un digno oficio.
Pedro – su auténtico nombre
de pila – era hijo de un hidalgo navarro, y durante sus primeros
años pastoreó rebaños en los montes de Navarra, su patria natal.
El afán de aventuras lo llevaron hasta Italia, donde luchó como
mercenario para la poderosa ciudad de Florencia. Con lo conseguido
armó un barco y comenzó a asaltar barcos por el Mediterráneo. En
esta época le pusieron el apodo de “Roncal el Salteador”.
Su destreza como ingeniero, se
le atribuye la invención de minas de pólvora, hizo que Fernando
Gonzálo de Córdoba se fijara en él y lo reclutase para su
ejército. Junto al Gran Capitán, un militar el que Pedro admiraba
por encima de todo, participó en las campañas en el Norte de África
y en las guerras de Italia.
Durante la batalla de Rávena
fue hecho prisionero por las tropas francesas. Fernando el Católico
se negó a pagar su rescate, el rey Francisco I le hizo una oferta y
Pedro Navarro se pasó al bando francés. Roncal el Salteador
combatió a los piratas del Mediterráneo en nombre de los Reyes
Católicos y acabó convertido en corsario al servicio de la corona
de Francia.
En 1538 fue capturado por los
españoles y sentenciado a muerte por traición. El carcelero del
castillo napolitano de Castelnuovo, se apiadó del veterano militar y
lo estranguló una noche en su celda para evitarle la humillación de
subir al cadalso.
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