Disputas comerciales, con intereses políticos de fondo, que acaban tiñiendo de sangre la tierra que pisamos. En el año 1379 los barqueros de Gante, gente robusta y fuerte, armados con palas, martillos y enormes mazos, agredieron, sin previo aviso, a los albañiles que trabajaban en la construcción de un canal, que amenazaba la legendaria prosperidad gantesa.
El proyecto consistía en abrir
un canal para unir directamente el Lys con el río de Brujas, el
Reie, una infraestructura perjudicial para el comercio fluvial de
Gante. Enterados del tumulto, los tejedores acudieron a prestar
brazos a sus conciudadanos. Se asaltaron las prisiones y prendieron
fuego al castillo condal. En un abrir y cerrar de ojos el
levantamiento espontáneo y popular se habia convertido en una
revuelta antiseñoral en toda regla, contra el conde Luis II.
En ese momento surge la figura de
Phillipe van Artevelde, un oportunista, hijo del, también rebelde,
Jacob Artevelde, para ponerse al frente de la revuelta y defender los
intereses de la burguesía de Gante.
El envalentonado, aunque
indisciplinado, ejército comandado de Phillippe, dirigió sus pasos
hacia su odiada rival, Brujas. El ejército de Brujas le salió al
paso, pero fueron derrotados. Los ganteses saquearon la ciudad sin
piedad. Cuenta una leyenda que los guerreros robaron el Dragón de la
catedral y lo llevaron a Gante para colocarlo en lo más alto del
campanario.
La nobleza continental hizo piña
y acudió a socorrer a un desbordado conde Luis II de Flandes. Con el
apoyo del rey francés Carlos VI y la inestimable ayuda del duque de
Borgoña Felipe el Atrevido, el ejército nobiliario flamenco
aniquiló a los sublevados en la batalla de Roosebeke (1382).
Phillipe cayó en el campo de batalla y su cadáver fue exhibido ante
rel rey francés y colgado de un árbol.
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