Tras gobernar el
próspero reino de Palmira, dar forma a un interesante imperio que se
extendía hasta Egipto y plantas cara a los implacables romanos, la
otrora orgullosa Zenobia desfiló derrotada, encadenada y humillada,
como una muñeca rota, en el desfile triunfal del emperador
Aureliano. Mirada baja y lágrimas de tristeza, rabia e impotencia,
surcan las exóticas mejillas de la Reina del Desierto.
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