Jean de Brienne, hijo
menor de un acaudalado señor feudal de la Champaña, fue regente del
Reino de Jerusalén y coemperador del Imperio Latino de
Constantinopla. Aunque parecía destinado a la carrera eclesiástica
acabó convertido en caballero, sin mucha fortuna eso sí, hasta que
trabó cierta amistad con el rey Felipe II Augusto. Juglares y
escritores de la época incluyen a Jean de Brienne entre los cruzados
que tomaron Constantinopla en la Cuarta Cruzada y entre los
caballeros que asaltaron la ciudad cátara de Beziers en el
transcurso de la más vergonzosa de las cruzadas habidas en suelo
europeo. Ambas posibilidades son bastante remotas.
Con el apoyo de Felipe II y del papa Inocencia III, y el consentimiento (imprescindible) de
los barones, Jean contrajo matrimonio con María de Montferrato, hija
del difunto Conrado Montferrato, y por consiguiente reina legítima
del estado cruzado de Jerusalén. Poco después María murió y Jean
se convirtió en regente en nombre de su hija Yolanda.
Como el hombre no puede
vivir solo, Jean contrajo matrimonio con una princesa armenia y casó
a su hija (con la mediación del maestre de la Orden de los
Caballeros Teutónicos Herman Von Salza) con Federico II
Hohenstaufen. En cuanto tuvo ocasión el ambicioso emperador sacro
relegó a Jean del poder.
Otra vez viudo Jean
inició un periplo por tierras de Occidente, intentando recabar acá
y allá, apoyos para organizar un nueva cruzada (la quinta sería)
recorriendo Francia, Italia, León y Castilla. De paso aprovechó la
ocasión para peregrinar a Santiago de Compostela y postrarse ante la
tumba del apostol. Entre la peregrinación y la cruzada Jean
intentaba labrarse un futuro junto al Altísimo. Durante su presencia
en la Península Ibérica contajo matrimonio (en maravillosa ciudad
de Toledo) con la infanta Berenguela, hija de Alfonso IX de León y
Berenguela de Castilla. Precisamente la reina consorte de León,
descendiente de Leonor de Aquitania, puso todo su interés en que se
celebrase este enlace.
Durante la quinta cruzada
eclipsó al ferviente rey católico Andrés II de Hungría, llamdo a
brillar con luz propia en la expedición, y dirigió con acierto el
asalto (y conquista) del estratégico puerto de Damieta situado en
una de las bocas del río Nilo. Sin embargo, los ejércitos cruzados
acabaron estrellándose contra El Cairo.
Arrastrado por los
follones políticos-diplomáticos del momento, Jean fue invitado a
Constantinopla para ser mentor, protector y regente del joven
Balduino II en al frente del Imperio Latino. Un veterano Jean de
Brienne defendió, como hubiese hecho cualquier monarca legítimo, el
estado latino, repeliendo los feroces ataques de los búlgaros de
Ivan Asen II y de los vecinos griegos de Nicea.
Según algunas fuentes,
anciano y con la salud mermada, se convirtió en fraile franciscano,
no mucho antes de morir. En cuanto al lugar donde se encuentra su
tumba, tampoco existe consenso.
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