Aunque el hombre
medieval, que reside en villas, aldeas y pequeños pueblos
(poblachos) en un ámbito eminentemente rural (y natural), tenga como
frontera vital la linde del bosque, y su universo (personal y
colectivo) se reduzca, en ocasiones, al interior de esos (difusos)
límites, no podemos (ni debemos) imaginar una sociedad medieval
estática. Muy al contrario, la movilidad durante los siglos
medievales, fue extraordinaria.
Campesinos (solos o con
su familia) que ya no se sienten vinculados a la tierra van a
emigrar, provocando uno de los fenómenos demográficos medievales
más destacados, y en su camino se encuentran con albañiles y
canteros (masones) que van extendiendo su destreza (románica y
gótica) por todos los rincones de Europa; caballeros andantes
penando por el amor de su dama, clérigos en viaje regular, o en
ruptura con su monasterio; caballeros teutones que se dirigen a las
tierras eslavas del Este; cruzados que sueñan con un dominio
(señorío) en Tierra Santa; trovadores, juglares y titiriteros que
arrancan sonrisas (y lágrimas) en plazas y castillos; estudiantes
camino de las más afamadas escuelas y universidades; mercaderes
transportando, comprando y vendiendo; boyeros y pastores que guían a
las bestias; mercenarios que se venden al mejor postor; peregrinos,
romeros y palmeros dispuestos a postrarse en sus Santos Lugares;
ermitaños, giróvagos y vagabundos de todo pelaje.
Era tan poco lo que se
tenía, que apenas importaba abandonarlo todo. En la Edad Media todo
el mundo se mueve, todo el mundo camina. Hay que tener en cuenta
además, durante los primeros siglos medievales, la uniformidad
lingüística (el latín) existente en Occidente, favorece este
continuo viajar por las rutas desesperadamente largas y lentas que
recorrían Europa. El viajero se mueve a lo largo de sendas, caminos,
vados, puentes, una red de itinerarios diversos que fluctúan entre
algunos puntos fijos; ciudades, ferias, lugares de peregrinación,
aguadas, puentes, fuentes, vados. . . . El espíritu de peregrinación
y el de cruzada influyeron definitivamente en este anhelo por
caminar.
A Le Goff y Fumagalli,
con ellos soñé la Edad Media.
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