Refugiado en Mauritania,
Sertorio recibió la visita de unos embajadores lusitanos, que le
solicitaron que los guiase en la guerra que mantenían con Roma.
Después de luchar bajo el mando de Púnico, de acariciar la gloria a
las órdenes de Viriato, los irreductibles lusitanos volvían a la
carga, seguían su lucha interminable contra el invasor romano, y en
esta ocasión, con Sertorio al frente.
“Le llamaron los
lusitanos cuando meditaba adonde se dirigiría, ofreciéndole el
mando por medio de embajadores, pues, faltos como estaban de un
general de fama y experiencia para oponer al terror inspirado por los
romanos, sólo tenían confianza en él, conociendo como conocían su
carácter por los que con él habían estado. Pues se dice que
Sertorio no se dejaba dominar ni por el placer ni por el miedo,
impasible por naturaleza ante los peligros, moderado en la
prosperidad; entablado el combate, no era inferior en valentía a
ninguno de los generales de su tiempo; y cuando en la guerra se
trataba de dedicarse al saqueo y a la presa, ocupar posiciones
ventajosas o infiltrarse por entre los enemigos con engaños y
estratagemas, era en estos casos extremadamente segaz y astuto. Era
liberal y magnífico premiando los servicios, benigno en los
castigos”.
Plutarco. Sertorio, 10.
“Sertorio, igualmente
favorecido por la naturaleza en fuerza corporal y en inteligencia,
vióse obligado por la proscripción de Sila a erigirse en caudillo
de los lusitanos”
Valerio Máximo, 7, 3,6.
Al mando de un variopinto
ejército formado por romanos, libios y lusitanos volvió a la
península y se lanzó a un ataque total.
“Después de haberlos
hecho así tan dóciles, los tenía dispuestos para todo, persuadidos
como estaban de estar mandados, no por el juicio de un extranjero,
sino por un dios, al mismo tiempo que los hechos atestiguaban que su
poder había aumentado fuera de lo previsible; porque con dos mil
seiscientos hombres a los que llamó romanos, mezclados con
setecientos libios que le acompañaron a Lusitania y cuatro mil
infantes y setecientos lusitanos, combatía a cuatro generales
romanos que disponían de ciento veinte mil infantes, seis mil de
caballería, dos mil arqueros y honderos, y un grandísimo número de
ciudades, cuando él al principio no tuvo más que veinte; y,
habiendo empezado con tan escasas y débiles fuerzas, no sólo
sometió a muchos pueblos y conquistó a muchas ciudades, sino que,
de los generales contrarios, a Cota lo venció en un combate naval
cerca del puerto de Melaria”
Plutarco. Sertorio, 12.
En la primavera del año
79 a.C. llega a Hispania Q. Cecilio Metelo, un experimentado
personaje, al mando de un poderosos ejército de 40000 hombres. Los
iberos de Sertorio son capaces de mantenerlo a raya. Al igual que
hizo Viriato cien años antes, Sertorio dispuso de la mejor táctica
bélica posible, la guerra de guerrillas, en la que los soldados
hispanos, eran auténticos expertos.
“Por otra parte Metelo
era ya de bastante edad, y después de los muchos y grandes combates
que había sostenido se había entregado a una vida más regalada que
antes; y luchaba con Sertorio, en el pleno de sus ímpetus, y que
tenía muy ejercitado su cuerpo en fuerza, ligereza y frugalidad.
Porque ni en el mayor ocio se entregaba nunca al vino y se había
acostumbrado a grandes fatigas, largas marchas, frecuentes vigilias,
contentándose con escasos y sencillos alimentos; cuando estaba
ocioso se daba a andar por el campo y a la caza, maniobrando como el
que huye, o como si envolviese en su persecución al enemigo, y así
adquiría conocimiento de los lugares accesibles e inaccesibles. Por
tanto, Metelo, no alcanzando trabar batalla, padecía lo mismo que el
vencido, mientras que para Sertorio el huir era como si él
persiguiese, porque les cortaba el agua, y les interceptaba los
víveres; si el enemigo quería marchar, le cerraba el paso, le
molestaba en su reposo.”
Plutarco. Sertorio. 13.
Por otro lado, Hirtuleyo,
lugarteniente de Sertorio, comienza la conquista de la Citerior. A
partir de ahora, Sertorio ya no huye, no tiene necesidad de
replegarse, muy al contrario, pasa a la ofensiva y comienza a
extender su poder por la península.
“El procónsul Lucio
Manlio y el legado Marco Domicio fueron vencidos en una batalla por
el cuestro Hirtuleyo”
Tito Livio. Per. 90
“Ardía toda la
Hispania Citerior”
Salustio. Historias, 1, 85.
En cierta ocasión,
Sertorio volvería a demostrar su conocimiento sobre las creencias de
los lusitanos, pues para ellos el ciervo es un animal cargado de
connotaciones mágicas. Para José María Blázquez el culto al
ciervo es particularmente lusitano y poseía un carácter oracular.
Como veremos en los siguientes textos, Sertorio también era
consciente de la capacidad del ciervo para emitir oráculos.
“Tenía Sertorio una
cierva, blanca, mansa y acostumbrada a la libertad. Desapareció esta
cierva, y Sertorio, juzgándolo de mal agüero, entristecióse y
permaneció inactivo sin cuidarse de las burlas que sobre la cierva
le dirigían los enemigos. Pero viéndola un día salir corriendo del
bosque, salióle al encuentro Sertorio, y al punto, como inspirado
por ella, empezó a hostilizar a los enemigos”
Apiano. Guerras Civiles.
1, 110
“Recibióla Sertorio (a
la cierva), y al principio no demostró por ella ningún placer
extraordinario, pero, con el tiempo, habiéndose hecho tan dócil y
sociable que acudía donde la llamaba y le seguía donde quiera que
fuese, sin espantarse del ruido y estrépito de las tropas, poco a
poco la fue divinizando, diciendo ser un don de Artemisa, dando a
entender que le revelaba las cosas ocultas, sabiendo que los bárbaros
eran por naturaleza dados a la superstición. Y a esto añadía aún
el siguiente artificio: cuando confidencial y secretamente sabía que
los enemigos iban a invadir su territorio, o trataban de ganarle una
ciudad, fingía que la cierva la hablaba en sueño, previniéndole
que tuviese a punto las tropas. Por otra parte, si sabía que alguno
de sus generales había alcanzado una victoria, escondía al
mensajero, y presentaba a la cierva coronada, como anunciadora de
buenas nuevas, excitándoles a la alegría y a sacrificar a los
dioses, puesto que habían de recibir una fausta noticia”.
Plutarco. Sertorio 11
El 78 a.C. será un año
de suma importancia. El bando optimate sufre un duro revés, la
muerte de Sila. Pero sin embargo, le va a suceder un personaje de
igual calibre, un grandísimo general, aunque pésimo político;
Pompeyo el Grande.
Sila |
Poco después, hacia el
76 a.C. Sertorio va a recibir el refuerzo de Marco Perpenna, que
llega desde Italia con un poderoso ejército formado por 20000
hombres.
“No sólo era querido
por los hispanos, sino también por los soldados venidos de Italia.
Perpenna, hijo de Ventón, del mismo partido que Sertorio, había
llegado a Hispania para hacer la guerra a Metelo”
Plutarco. Sertorio. 15.
En la ciudad de Osca,
Sertorio va a establecer su capital, organizando un Senado de 300
miembros. Estos años suponen el máximo apogeo de Sertorio, que
debió pensar seriamente que la victoria era posible, y que esta
empresa culminaría con un gran éxito.
“Habiéndose hecho
famoso por su audacia, eligió a trescientos de los amigos que con él
estaban, y los constituyó en consejo, al que dio el nombre de
Senado, para injuriar al de Roma”
Apiano. Guerras Civiles. 1,
108.
La inteligencia de
Sertorio le fue muy útil, supo aprovecharse de las instituciones
sociales y políticas prerromanas, adaptándolas y estimulándolas.
Para mantener sus clientelas utilizó todos los medios que tenía al
alcance.
Con el objetivo de
atraerse a las masas, las agasajaba con regalos, les hacía vestir
con ropajes que fuesen distintivos de una elevada clase social, e
incluso les hace creer que llegaran a formar parte del engranaje
político de Roma.
“Por estas hazañas
miraban a Sertorio con gran amor aquellos bárbaros, y también
porque acostumbrándolos a las armas, a la formación y al orden de
la milicia romana, y quitando de sus incursiones el aire furioso y
terrible, había reducido sus fuerzas a la forma de un ejército, de
grandes cuadrillas de bandoleros que antes parecían. Además de
esto, no perdonando gastos, les adornaba con oro y plata los cascos,
les pintaba con distintos colores los escudos, enseñábales a usar
de mantos y túnicas brillantes y, fomentando por este medio su
vanidad, se ganaba su afición. Mas lo que principalmente les cautivó
la voluntad fue la disposición que tomó con los jóvenes; porque
reuniendo en Osca, ciudad grande y populosa, a los hijos de los más
principales e ilustres entre aquellas gentes, y poniéndoles maestros
de todas las ciencias y profesiones griegas y romanas en la realidad
los tomaba en rehenes, pero en la apariencia los instruía, para que,
en llegando a la edad varonil, participasen del gobierno y de la
magistratura. Los padres, en tanto, estaban muy contentos viendo a
sus hijos ir a las escuelas muy engalanados y vestidos de púrpura, y
que Sertorio pagaba por ellos los honorarios, los examinaba por sí
muchas veces, les distribuía premios y les regalaba aquellos
collares que los romanos llaman bulas”
Plutarco. Sertorio, 14
Inicia un programa de
educación, en una vertiente política y militar. Transformará
bandoleros en legionario, la guerrilla en un ejército. Va a utilizar
a los jóvenes que educa como si fueran rehenes.
Para conseguir formar un
auténtico ejército, tendrá que domeñar la intrepidez, la
indisciplina y anarquía del guerrillero ibérico. Sertorio hará uso
de la oratoria, una de sus grandes virtudes, e intentará forjar la
personalidad de sus hombres a través de la representación de una
especie de fábula.
“Sertorio tenía a su
lado a todos los pueblos que habitaban en la parte de acá del Iber,
y su número era grande; además, de todas partes, y continuamente,
corrían a presentársele nuevos contingentes. Preocupado por la
bárbara indisciplina y la temeridad de esta gente, que clamaba por
venir a las manos con los enemigos, sin esperar a más, intentó
sosegarla con palabras. Mas como a pesar de ello las viese irritadas
y decididas a llevar a término sus designios, no les prestó por
entonces atención, y les dejó que partieran al encuentro de los
enemigos, con la esperanza de que no fuesen totalmente aniquilados,
sino que, recibiendo algún daño, quedasen más sumisos para en
adelante. Habiendo sucedido lo que se imaginó, acudió en auxilio de
ellos y recogió a los que huían, llevándolos con seguridad al
campamento. Queriendo luego arrancarles el desánimo consiguiente,
les convocó días más tarde a una reunión general, a la cual llevó
dos caballos: el uno, muy desmedrado y viejo ya; el otro, grande y
fuerte, admirable por el espesor y belleza de las cerdas de su cola.
Junto al caballo flaco se puso un hombre grande y de fuerzas, y al
lado del caballo más robusto, otro, pequeño y de aspecto
despreciable. Dada una señal, el hombre más fuerte tiró de la cola
del caballo con ambas manos, como para arrancársela, mientras el
hombre más débil arrancaba las cerdas del caballo brioso una a una.
Como al cabo de cierto tiempo el uno se hubiese esforzado mucho y en
vano, dando que reír a los espectadores, mientras el otro, en poco
tiempo y sin esfuerzo, hubiese logrado pelar de cerdas la cola del
caballo más robusto, Sertorio, levantándose, dijo: Ved como, aliados míos,
la paciencia es más fecunda en resultados que la fuerza, y cómo
muchas cosas, que juntas son imposibles de solucionar, se superan
poco a poco, pues la constancia es difícil de vencer. . .
Plutarco. Sertorio. 16
Otra institución muy
presente en tierras ibéricas, de la que sabrá sacar partido
Sertorio, es la devotio, el juramente de fidelidad absoluta que
mantiene el guerrero para con su jefe, llegando incluso a morir con
él.
“Siendo costumbre entre
los hispanos que los que hacían formación aparte con el general
perecieran con él si venía a morir, a lo que aquellos bárbaros
llamaban consagración. Así se refiere que, en ocasión de retirarse
a una ciudad, teniendo ya a los enemigos cerca, los hispanos,
olvidados de sí mismos, salvaron a Sertorio, tomándolo sobre los
hombros y pasándolo así de uno a otro, hasta ponerlo encima de los
muros, y luego que tuvieron en seguridad a su general, cada uno de
ellos se entregó a la fuga”
Plutarco, Sertorio 14.
El enemigo de mi enemigo
es mi amigo. Eso debió pensar el rey Mitrídates del Ponto, que
decidió enviar una flota formada por piratas para ayudar a Sertorio
en su lucha contra Roma. Además le ofreció una importante suma de
dinero con la que sufragar gastos.
“Tenía resuelto
enviarle embajadores, acalorado principalmente con las exageraciones
de los lisonjeros, que, comparando a Sertorio con Aníbal y a
Mitrídates con Pirro, decían que los romanos, dividiendo su
atención a dos partes, no podrían resistir a tanta fuerza y
destreza juntas, si el más hábil general llegaba a unirse con el
mayor de todos los reyes. Envía, pues, Mitrídates embajadores a
Hispania con cartas para Sertorio, y con el encargo de decirle que le
daría fondos y naves para la guerra, sin solicitar más de él sino
que le hiciera segura la posesión de toda aquella parte del Asia que
había tenido que ceder a los romanos conforme a los tratados
ajustados con Sila”
Plutarco. Sertorio, 23.
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