Centinela histórico de la Rioja
Alavesa, tierra lana y vinícola. Una vez pasados los avatares
bélicos de la Edad Media, y perdida su original función defensiva,
los vecinos de Laguardia volcaron todos sus esfuerzos en una
lucrativa labor: la elaboración del vino.
Un pueblo minado, completamente
hueco, el subsuelo de la villa está lleno de bodegas. Bodegas a ocho
metros bajo el suelo. Abiertas en el siglo XV se utilizan como
bodegas a partir del siglo XVII. La temperatura constante de 14º C y
la humedad, son condiciones ideales para el envejecimiento de los
caldos.
El Cachimorro acompañado de
dos danzarines en el reloj de la Plaza Mayor.
Para combatir el frío
invernal, nada mejor que una buena ración de patatas a la riojana.
Tierra de frontera,
históricamente disputada por unos y por otros: navarra, castellana,
vasca o riojana. Laguardia bebe (vino) de todas las influencias. La
ciudad surgió como una fortaleza que defendía la frontera sur del
Reino de Navarra frente al reino de Castilla y sus sempiternas
invasiones.
La Torre Abacial era capitana
en la defensa de todo el conjunto urbano.
Dejamos atrás el mar
Cantábrico y los imponentes Montes Vascos, y nos internamos en La
Rioja, una tierra limítrofe con la áspera Meseta Central, la unidad
de relieve que organiza y vertebra toda la superficie de la Península
Ibérica.
Rodeada de viñedos, la sangre
de esta tierra, atalaya silente que custodia, con ciertas dosis de
recato, las penas y alegrías de su gente. Un pueblo laborioso que
arranca de la tierra el fruto más preciado. Gente que pasea por
estrechas calles paralelas. Un conjunto urbano muy ordenado, que sin
querer abandonar el Medievo, triunfa plenamente en este tercer
milenio. Un era en la que todo el mundo viaja y todo el mundo conoce,
y esta villa de Laguardia está preparada para satisfacer a sus
visitantes más exigentes.
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