Pekín geográficamente está situada en la periferia (al norte) de la antigua civilización china. De hecho, la actual capital, surge como baluarte de los pueblos extranjeros que ocuparon el país entre los siglos X y XII (más o menos nuestra Edad Media). La dinastía Liao de los Kitan (907 – 1125) estableció aquí su capital meridional, una de las cinco que tenía el reino (como en la Europa feudal, una corte itinerante). Los miembros de la casa Jin, otra dinastía bárbara, intentó imitar el proyecto urbanístico de la capital de los Song septentrionales, Kaifeng.
Los mongoles conquistaron el
norte de China y arrasaron Pekín. Cinco décadas más tarde Kublai
Khan reconstruyó con esmero la ciudad para convertirla en su
flamante capital (desde este momento ha sido capital prácticamente
de modo continuo hasta el día de hoy). En este tiempo la Pax
Mongólica era una realidad y a la suntuosa corte del Gran Kan llegó
el intrépido mercader veneciano (¿tal vez croata?) Marco Polo.
Marco Polo llamó Cambaluc
(para los mongoles Dadu) a la capital que estaba construyendo el Kan,
más o menos en el centro de la actual Beijing. El inquieto mercader
escribió lo siguiente sobre Cambaluc: Hay una multitud de casas
entre el centro, la villa y los arrabales de esta ciudad; hay tantos
arrabales como puertas, y en éstos vive tanta gente como en la
ciudad. En ellos se hospedan los mercaderes que vienen a sus
negocios, y acuden en gran número a causa del Gran Khan, que hace
que la ciudad sea un espléndido mercado. Los palacios en los
arrabales y en la ciudad son también muy hermosos, pero no llegan al
del Gran Khan. En la ciudad no se entierra a ningún hombre. Y a los
idólatras los van a incinerar más allá de los arrabales; allí
también dan enterramiento a los demás muertos. En el recinto de la
ciudad no puede vivir ninguna pecadora o mujer de malas costumbres;
son las damas del gran mundo quienes sirven a los hombres por dinero,
y aun éstas viven en los arrabales. Eso sí, allí las hallaréis en
gran número: hay 20.000 cortesanas que mercan sus favores. Y son muy
necesarias por el tráfico inmenso de la ciudad. Podréis daros
cuenta de la cantidad de gente que reside en Cambaluc y pasa por
ella, por el número crecido de sus meretrices. En Cambaluc se mercan
los objetos más raros y de más valor. Primeramente, de las Indias
vienen cargamentos de alhaites, piedras preciosas, perlas finas,
joyas y preseas; son traídas a esta ciudad. De la provincia de Catai
y de los demás reinos afluyen todas las mercaderías. Naturalmente
que esto sucede por la gran cantidad de compradores y de gente allí
reunida en la corte del Gran Khan, por los huéspedes ilustres, las
damas, sus barones y dignatarios y por lo que compra el gran señor.
Cada día entran más de 1.000 carretas de sederías o de
ingredientes para fabricarlas, porque en Cambaluc se teje el paño de
oro, las bayetas de seda, los grodetures y tafetanes. En los
alrededores de la ciudad hay otras pequeñas villas que viven todas
de lo que compra la capital.
Los soberanos Ming, en especial
del emperador Yongle, embellecieron la ciudad y reforzaron su papel
de capital del Reino.
Entre la bruma y la
contaminación, el cielo pekinés aparece siempre cubierto por una
densa nube que provoca en la ciudad un aspecto plomizo. Los
rascacielos esconden sus vergüenzas detrás de este telón gaseoso.
La Plaza Tianamen, o Plaza de
la Paz Perpetua, es el epicentro neurálgico de Pekín.
El mastodóntico mausoleo de Mao Tse Tung.
El monumento a los héroes del pueblo se alza en el centro de la inmensa plaza.
China enfrentada a sí misma;
un socialismo que nadie se cree y un capitalismo agresivo. Enorme,
descomunal, gigantesca. Frente a frente, Ciudad Prohibida y Mausoleo
de Mao, tercer fundador de China tras Huang Ti y el doctor Sun Yan
Set.
La ciudad prohibida, una ciudad
dentro de la ciudad, era un inmenso conjunto palaciego donde
transcurría la vida del emperador, acompañado de su familia, su
corte, las concubinas y los numerosos funcionarios. Durante siglos
ningún ciudadano pekinés pudo entrar aquí.
Fosos, torres y murallas
separaban a los emperadores (y su corte) del molesto populacho
El pueblo chino derrocó al
imperio de los dos milenios. Nacionalistas y comunistas expulsaron a
los japoneses de su territorio patrio y tras el final de la Segunda
Guerra Mundial se enfrentaron en una cruenta guerra civil. En 1949
nace la República Popular China. La Ciudad Prohibida, residencia y
símbolo de los emperadores, sin embargo, sigue intacta. Eso sí,
bendecida por el propio Mao Tse Tung.
Hutongs es el nombre que
reciben los tradicionales barrios del centro histórico de la ciudad.
Junto al lago Houhai se encuentra uno de esos Hutongs alrededor de la pintoresca Yandai, la calle de los fumadores.
Junto al lago Houhai se encuentra uno de esos Hutongs alrededor de la pintoresca Yandai, la calle de los fumadores.
La torre de la campana
anunciaba la llegada de un nuevo día, y por tanto, del comienzo de
la jornada laboral.
La torre del tambor señalaba
el toque de queda al caer la noche. Inmediatamente después se
cerraban las puertas de la ciudad.
Una mañana cualquiera en
Pekín: contaminación, tráfico y gente, mucha gente por todos
lados.
Los soberanos chinos mandaron
construir el palacio de verano donde poder relajarse y alejarse de
los mundanos asuntos de palacio. Esta residencia se sitúa al
noroeste de Pekín.
Si los Borbones levantaron
Versalles, los orgullosos emperadores Ming no se iban a quedar atrás
y se regalaron un maravilloso lugar de recreo y descanso alrededor
del plácido lago de Kunming, el Palacio de Verano.
El emperador Yongle, que
también construyó la Ciudad Prohibida, levantó el templo del
Cielo, el espacio religioso más destacado, visitado y mejor
conservado de Pekín.
Al final nos hemos acostumbrado
a llamarla Beijing, aunque en el fondo, siempre me resultará más
bonito Pekín. Me ha sorprendido (gratamente) su modernidad y
organización. Una metrópoli inmensa que se ha abierto a codazos un
lugar entre las capitales mundiales más influyentes, en los ámbitos
económico, diplomático y militar. Y en el futuro tendrá mucho que
decir.
Beijing nocturno, nada que ver
con un paraíso socialista, aquí están en venta hasta las siglas
del partido.
La noche depara muchas sorpresas
y abre sus puertas el mercado de lo exótico, donde se pueden
degustar manjares como larvas de insecto, fetos de pájaros,
estrellas de mar o los crujientes y sabrosos escorpiones fritos. Toda
una experiencia.
Veinte millones de habitantes y
varios siglos de historia. Bicicletas (con y sin motor), triciclos
viejos que te llevan y te traen por las callejuelas del casco
histórico. Pequeños bazares y tiendas de barrio donde puedes
comprar (y regatear) casi cualquier cosa. Pekín es una ciudad
mastodóntica, moderna, pero nada cosmopolita. No es habitual
encontrar extranjeros, salvo los eventuales turistas y algunos
hombres de negocio. Y ese es uno de sus grandes atractivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario