Teodomiro, obispo de Iria
Flavia, cenaba tranquilamente una noche cuando un ermitaño llamado
Pelayo irrumpió en el comedor, lo que venia a decir no podía
esperar. Una serie de luminarias llevaban varias noches consecutivas
resplandeciendo sobre un pequeño monte en medio del bosque.
El obispo, acompañado de
Pelayo y de una pequeña comitiva se persono en el lugar para
descubrir, con gran regocijo el cuerpo del apóstol Santiago.
Rápidamente el prelado informó
al rey asturiano Alfonso II, que inmediatamente ordenó la
construcción de una capilla en el mismo lugar del hallazgo, y el
traslado de la sede episcopal de Iria Flavia a la nueva Santiago de
Compostela.
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