31 Una usanza poco frecuente entre los restantes pueblos germanos y que se debe a la valentía individual se convierte en los catos en algo comúnmente aceptado: cuando llegan a la adolescencia, se dejan crecer el pelo y la barba y sólo tras haber matado a un enemigo se despojan de este adorno facial ofrecido y consagrado al valor. Sobre la sangre y los despojos descubren su frente y sólo entonces creen haber pagado el precio de su nacimiento y ser dignos de su patria y de sus padres. Los cobardes y malos guerreros continúan con su feo aspecto. Los más valientes se colocan, además, un anillo de hierro (cosa ignomiosa para esta gente) y lo llevan como una atadura hasta que se liberan de ella con la muerte de un enemigo. Este hábito gusta a la mayoría de los catos, y al envejecer aún conservan este distintivo, que es objeto de admiración para los enemigos y para los suyos. En ellos está la iniciativa de todos los combates. La suya es siempre la primera línea, de extraño aspecto, y ni siquiera en la paz adoptan maneras más suaves. Ninguno posee casa, campo o alguna ocupación, siempre que llegan a casa de alguien, se les alimenta; pródigos de lo ajeno, menosprecian lo suyo, hasta que la vejez, con su debilidad, los hace incapaces para afrontar tan duras pruebas de valor.
32 Próximos a los catos, los úsipos y tencteros habitan las zonas del Rin donde su cauce ya se ha afianzado y constituye una frontera suficiente. Los tencteros, aparte de la común gloria guerrera, sobresalen por la destreza de su arte ecuestre. No es mayor la fama de los infantes de los catos que la de los jinetes de los tencteros. Así lo establecieron sus antepasados y así lo mantienen sus descendientes. De este tipo son los juegos infantiles y las competiciones juveniles; incluso los ancianos continúan practicándolo. Los caballos se transmiten junto a los esclavos, los penates y los derechos sucesorios; nos los obtiene el hijo primogénito, como los demás, sino el más arriesgado y el más aventajado en la guerra.
33 Junto a los tencteros se hallaban en otro tiempo los brúcteros. Se cuenta que los camavos y angrivarios emigraron allí, tras ser expulsados los brúcteros y exterminados de raíz por una coalición de las naciones vecinas, bien por odio a su orgullo, bien por el incentivo del botín, o bien por una cierta protección de los dioses para con nosotros, pues ni siquiera nos hurtaron el espectáculo de la batalla. Cayeron más de sesenta mil, y no por las armas romanas, sino para deleite de nuestros ojos, lo que supone un triunfo más brillante. ¡Ojalá permanezca y se mantenga en estas naciones, si no el afecto hacia nosotros, sí, al menos, el odio entre ellas, puesto que a los atormentados destinos del imperio nada mejor puede proporcionar Fortuna que la discordia entre sus enemigos!.
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