miércoles, 24 de octubre de 2012

GERMANIA DE TÁCITO (VIII)




22   Se lavan nada más salir del sueño, que prolongan hasta bien entrado el día; por lo regular, lo hacen con agua caliente, cosa lógica entre quienes dura mucho el invierno. Ya lavados, toman el alimento; cada cual tiene un sitio distinto y su propia mesa. Acto seguido acuden armados a sus asuntos, y de la misma guisa con no menor frecuencia a los banquetes. Para nadie es vergonzoso pasar el día y la noche bebiendo continuamente. Las riñas, como es natural entre gente muy dada a la bebida, concluyen pocas veces con insultos y más a menudo con muertes y heridas. Pero en los banquetes también deliberan sobre la reconciliación de los enemigos, sobre la paz y la guerra, porque en ninguna otra ocasión está el ánimo más abierto para los pensamientos sinceros o más enardecido para los más trascendentes. Gente nada astuta y sin doblez, abre todavía más los secretos de su corazón por el ambiente relajado que proporciona el lugar; la mente de todos permanece franca y sin velos. Se continúa al día siguiente y las pautas generales de cada momento quedan a salvo; deliberan cuando no saben fingir, deciden cuando no pueden errar.

23     Beben un líquido que obtienen de la cebada o del trigo que, al fermentar, adquiere cierta semejanza con el vino. Los ribereños compran también vino. Su alimentación es sencilla: frutos silvestres, carne fresca de caza o leche cuajada; se quitan el hambre sin complicaciones ni refinamientos. Frente a la sed, no mantienen igual moderación; si favoreces su embriaguez suministrándoles cuanto deseen, se les venderá por sus vicios no menos fácilmente que con las armas

24    El tipo de espectáculos es uno sólo y el mismo en todas las reuniones: jóvenes desnudos, para quienes esto constituye una diversión, se arrojan de un brinco entre espadas y amenazadoras frameas. La práctica les ha proporcionado técnica; la técnica, belleza; pero no los mueve el lucro o la recompensa: el placer de los espectadores es el premio a su juego por peligrosos que sea. Sobrios y formales, practican los juegos de azar con tanta temeridad a la hora de ganar o perder que, cuando ya no les queda nada, se juegan su libertad y su persona en un desesperado y definitivo envito. El vencido afronta una esclavitud voluntaria; por más joven y fuerte que sea, se deja atar y vender; tal es su obstinación en este lamentable asunto. Pero ellos lo consideran fidelidad a su compromisos. Se deshacen de los esclavos de esta condición vendiéndolos, y así se libran al mismo tiempo del bochorno de tal victoria.

25     No utilizan a los demás esclavos encomendándoles funciones domésticas concretas, como hacemos nosotros. Cada cual lleva su casa y sus penates. El señor impone la entrega de cierta cantidad de trigo o de ganado o de tela, como si fuera un colono, y el esclavo acata estas condiciones. La mujer y los hijos realizan las restantes tareas de la casa. Es poco frecuente azotar al esclavo y someterlo a cadenas y a trabajos penosos. Suelen matarlos no para dar ejemplo de disciplina y muestra de rigor, sino en un acceso de ira, como si se tratase de un enemigo, aunque en este caso el homicidio queda impune.

Los libertos no están muy por encima de los esclavos; es raro que tengan influencia en la casa; nunca en la vida pública, excepto en las naciones de régimen monárquico: allí se remontan por encima de los ciudadanos libres y de los nobles; en los demás pueblos, la condición inferior de los libertos es prueba de su libertad.

26   Desconocen el ejercer el préstamo y el aumentarlo hasta la usura, y así se mantiene tal situación mejor que si estuviesen prohibidos. Van ocupando todos por turnos la superficie cultivable, según el número de agricultores, y se la reparten de acuerdo con su condición social. La gran extensión de sus campiñas facilita tal reparto. Cambian anualmente de terreno y aún sobra campo. Por este motivo, su esfuerzo no está a la altura de la riqueza y abundancia del suelo; así que no plantan árboles frutales, ni reservan espacios para prados, ni riegan huertas; sólo exigen a la tierra sus mies. De ahí que nos distingan en el año los cambios que corresponden a nuestras divisiones: el invierno, la primavera y el verano tienen para ellos un significado y un vocablo; del otoño ignoran tanto el nombre como sus dones.  

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