Este interés permanente por asegurar la explotación del territorio se encauza a través de la concesión de cartas de poblamiento de tónica esencialmente agraria; junto a él, una motivación a medias económica y social preside los intentos de asegurar la ruta transversal que, de los Pirineos a Santiago de Compostela, consolidan las peregrinaciones desde fines del siglo XI. Es, en efecto, en este Camino de Santiago donde la política de los reyes de la dinastía aragonesa, orientada a atraer pobladores extranjeros para instalarlos en las villas regias e ir creando una clase media de burgueses (mercaderes, artesanos, posaderos) hasta entonces inexistentes en el país, origina la formación – o revitalización – de una serie de ciudades y poblaciones en Navarra y Aragón, pronto seguidas en los reinos de Castilla y León. El fenómeno forma parte del proceso de renovación de la vida urbana que, simultáneamente, vive todo el Occidente europeo; sus raíces, según Pirenne, se hallaban en el nacimiento de una clase de mercaderes y artesanos que abandonan sus viejas prácticas trashumantes para instalarse en lugares estratégicos, lo que es posible gracias a un aumento de la productividad de las tierras cultivadas y a la creación de excedentes agrícolas que permiten alimentar a gentes que no trabajan el campo. La unilateral explicación del historiador belga no justifica el nacimiento de todas las ciudades medievales pero sí puede aplicarse, como ha hecho Valdeavellano, a las surgidas en la ruta de peregrinaciones a Compostela. A lo largo del Camino de Santiago nacen, en efecto, una serie de ciudades cuya novedad es la aparición – el fuero de Jaca de 1063 recoge la más antigua mención del término que, fuera de Cataluña, se encuentra en las fuentes medievales españolas – de los primeros burgueses como gentes no dedicadas a la actividad rural sino al comercio y la industria. Todas estas ciudades surgen generalmente sobre antiguos núcleos de población, de dedicación agraria y militar, a cuyos habitantes el monarca respectivo concede un fuero, o estatuto local de privilegio, extensible a quienes en adelante vinieran a poblar la nueva ciudad; por él quedan exentos de las viejas limitaciones a su libertad que, como villanos, habitantes de una villa (en su sentido de explotación agraria) del dominio regio, los caracterizaban.
Por su parte, los fueros o los privilegios concedidos a los nuevos núcleos – Jaca, Pamplona, Estella, Logroño, Nájera, Burgos, Castrojeriz, Carrión, Sahagún, Villafranca del Bierzo, Santiago – acogen generosamente a la población peregrina, en especial los francos que, en todos esos núcleos, constituyeron comunidades importantes. El reconocimiento de su importancia queda atestiguado no sólo por los fueros que, como el de Logroño de 1095, registran que la nueva ciudad se ha poblado tam francigenis quam etiam hispanis, sino en la propia división – frecuente en las nuevas ciudades de Aragón y Navarra – en dos barrios o burgos, uno ocupado por francos y otro por los naturales, rigurosamente separados. Esta separación no existe en las ciudades del Camino en sus tramos castellano o leonés, ya que en éstas, aun cuando los francos habiten en calles y barrios especiales – rúa de los Francos, vio Francorum, rúa Gascona - , no tiene rasgos tan cerrados y exclusivistas como el de las navarras y aragonesas que, mejor que ninguna, ejemplifica Pamplona. Aquí, en efecto, el fuero que le otorga Alfonso el Batallador en 1129 procura garantizar a los nuevos pobladores francos que se establezcan en el llano de San Saturnino contra cualquier ataque de los habitantes del primitivo núcleo de población de Pamplona (denominado, por ello, la Navarrería). Sólo sesenta años después, y para evitar más sangrientas luchas entre los habitant4es de ambos barrios, se extendió a “aquella parte de Pamplona que se llama Navarrería”, y que se estaba despoblando, el fuero “que tienen los burgueses del burgo de San Saturnino”; aun así, continuó existiendo entre ambas comunidades la separación física de las murallas y la jurisdiccional de sus diferentes autoridades.
José Ángel García de Cortazar.
Historia de España Alfaguara.
La época medieval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario