Mecenas, soldados y artistas. En el año 1495 Francisco II Gonzaga, gobernador de la ciudad de Mantua, derrotó en la batalla de Fornovo al rey de Francia, Carlos VIIII. Como exaltación de la victoria encargó a Andrea Mantegna el cuadro Madonna de la Victoria, que se expone en el parisino Museo de Louvre.
La Madonna, la Virgen María, ocupa el centro de la composición, en su función de mediadora entre los hombres y el cielo. A su pies, arrodillado y escoltado por el arcángel Miguel, el victorioso condotiero Francesco Gonzaga. La Virgen sostiene a Jesús y también aparece San Juan Bautista como un niño. Bajo el trono de la Virgen una pequeña representación de Adán, Eva, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, y la Serpiente.
Lo más hermoso del cuadro, sin embargo, es la exuberante naturaleza del fondo, con enredaderas que suben por las columnas, las frutas, y los pájaros exóticos, que observan la escena desde la altura. Por otro lado, el espectador centra su atención en el coral que cuelga en el centro de la composición sobre la cabeza de la Madonna. El coral simboliza la sangre, la vida y se confía en él como un poderoso amuleto contra el maligno.
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