Si un padre dice blanco, el hijo
dice negro. Si el progenitor quiere que estudie, el vástago prefiere
trabajar. Si el padre es arriano, el hijo se convierte al
catolicismo. Si a las turbias relaciones entre los machos de la misma
familia se añade la ambición y el poder, estalla el conflicto y se
derrama sangre.
El visigodo Hermenegildo, harto
de que su padre, el rey Leovigildo, solo tuviese ojos para el pequeño
Recaredo, se bautizó como católico y organizó una revuelta que en
el fondo tenía como objetivo ceñir la corona del reino.
El foco de resistencia
anti-arriana que apoyaba a Hermenegildo, con su esposa (un princesa
franca) y Leandro de Sevilla al frente, tenía sus bases en la beata
Andalucía. Leovigildo no mostró piedad cristiana, aplastó el
levantamiento, encerró a su hijo y, dicen, ordenó su asesinato.
Desde la misma mazmorra donde
murió Hermenegildo asciende una escalera que lo condujo, en olor de
santidad, y con toda la pompa del apoteosis triunfal, al cielo de los
verdaderos cristianos; los católicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario