Una de las catedrales más
grandes de Dinamarca y un antiguo puerto vikingo, son los hitos
históricos de Roskilde, ciudad que fue capital antes que Copenhague.
En la cima de una colina de
fuerte pendiente se levanta la Domkirke (catedral), panteón real, y
a su alrededor toda la ciudad medieval. Desde aquí arriba es fácil
vigilar, controlar y defender el puerto que se abre en uno de los
vértices del fiordo.
Un viento moderado azota el
puerto vikingo, pero estos rudos marineros, que no se andan con
remilgos, preparan con esmero y cariño sus naves para lanzarse al
mar. Las cubiertas de colores de las casas contrastan con la bruma
matutina.
Fochas, cuervos, palomas,
cisnes y gaviotas forman la avifauna local.
Olor a maroma, brea y madera, a
sal y a pescado seco, así debía ser uno de estos astilleros
daneses.
Roskilde, una potente base naval vikinga, protegida por un
fiordo, se convirtió en la capital del Reino de Dinamarca.
La ciudad moderna vive inserta en la vieja ciudad medieval.
El hombre, y yo me incluyo,
siempre ha sentido fascinación por el mar, encrespado altera la
conciencia y en calma sosiega el espíritu, y en ambos casos
acrecienta la sensación humana de libertad.
Las suaves y húmedas praderas de Selandia son ideales para apacentar al ganado.
En una suave colina boscosa, a
orillas de un fiordo surge, como de la nada, Roskilde. La elegancia
de su catedral complementa la practicidad y fiabilidad de su puerto
resguardado de la tempestad y la hostilidad humana, que toma forma de
razzia, fuego y saqueo. El bosque y el mar son los elementos
naturales del vikingo, que también supo aprovechar los frescos y
tiernos pastos para alimentar a su ganado. El hacha, arma y
herramienta, es inherente a este danés, que hace de la lucha diaria
por su propia supervivencia, el sentido de su vida. Hoy, mi propio
horizonte vital, es un poco más lejano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario