En punto a heroísmo se
suelen emparejar Juan Huniades y Scanderbeg, y ambos se hacen
acreedores a nuestra recomendación, empleando colmadamente las armas
otomanas, fueron dilatando el vuelco del Imperio griego.
Juan Castriota , padre de Scanderbeg , era un principe hereditario de un distrito reducido del
Epiro o Albania, en las serranías cercanas al mar Adriatico. Ajeno de
contrarrestar el poderío del sultán, Castriota tiene que avenirse a
las condiciones violentísimas de paz tributaria, entregando sus
cuatro hijos por prendas de su lealtad; y aquellos jóvenes
cristianos, tras padecer los rigores de la circuncisión, tienen que
imbuirse en la religión mahometana, y luego militar entre los turcos,
según su sistema y disciplina. Los tres hermanos mayores andan
revueltos en el tropel de la servidumbre, y no cabe comprobar la
certeza o falsedad del veneno a que se atribuyen sus muertes. Mas
queda desvanecido aquel recelo con el trato paternal que logra Jorge
Castriota, el cuarto hermano, quien a los asomos de su mocedad,
descuella con el brío y la superioridad de todo un soldado. El vuelco
seguido de un tártaro y dos persas que osan retar a la misma corte
turca, le granjea la privanza de Amurates, y el apellido turco de
Scanderbeg (Iskender Beg) o el señor Alejandro, es un recuerdo
perpetuo de su nombradía y servidumbre. Queda el principado de su
padre constituido en provincia, compensandole aquel quebranto con la
jerarquía y dictado de Sangiak, que es el mando de cinco mil
caballos, y el arranque fundamental para ascender a los empleos
supremos del Imperio. Sobresale en las guerras de Europa, y de Asia;
y no podemos menos de sonreírnos del artificio o credulidad del
historiador, quien da por supuesto, que en toda refriega se
desentendía de los cristianos, abalanzándose con brazo fulminante
sobre los enemigos musulmanes. La gloria de Huniades centellea sin
asomo de vituperios batallando mas y mas por la religión y la patria;
pero los émulos de su competidor, encareciendo su patriotismo, lo
apodan apostata y traidor. Para el concepto de los cristianos, suena
Scanderbeg en rebeldía con los agravios de su padre, la muerte
confusa de sus tres hermanos, su propio desdoro y la servidumbre de
su país, al paso que idolatran el afán caballeroso, aunque tardío,
con que acudió aclamado y engrandeciendo la fe y la independencia de
sus antepasados. Mas desde la edad de nueve anos, vive empapado en
las doctrinas del Alcoran, desconoce el Evangelio; la autoridad y la
costumbre labran la religión de toda soldadesca, ni cabe alcanzar
como y con que iluminación repentina pudo a los cuarenta aparecersele
el Espíritu. Mas acendrados e inexpugnables a todo embate de interés
o venganza fueran sus motivos, si estallara su cadena desde el primer
trance de imponerle su esclavitud: pero media largo olvido y desdora
su derecho fundamental, y por cada ano la obediencia y ascensos se va
estrechando de nuevo el vinculo mutuo entre el sultán y el súbdito.
Si Scanderbeg abrió de antemano la creencia del cristianismo y el
animo de su rebeldía, todo pecho pundonoroso abominara del rastrero
disimulo, que sigue viviendo ruinmente para luego desmandarse,
prometiendo únicamente para perjurarse , y hermanándose
eficazmamente con el empeño de perder temporal y espiritualmente
tantos miles de sus desventurados compañeros . Elogiaremos por ventura
la correspondencia reservada, mientras esta mandando la vanguardia
del ejercito turco? . Disculparemos aquella deserción alevosa que
brinda con la victoria a los enemigos de su bienhechor? En la
revuelta de un descalabro, clava la vista en el reis effendi,
o secretario principal, y con la daga al pecho le arrebata el firman,
o la patente del gobierno de Albania, y matando al notario y los
suyos, precave el resultado de quedar el golpe descubierto. Se escudo
con denodados compañeros, a quienes comunica su intento, huye de
noche, y arrebatadamente marcha y se resguarda en las serranías
paternas. Presenta el mandato regio en Croya y se le franquean las
puertas, y apenas se posesiona de la fortaleza, Jorge Castriota
arroja la máscara de tanto disimulo, abjura del Profeta y el sultán y
se pregona a si mismo, como vengador de su alcurnia y de su patria.
Al eco de religión y libertad, estalla una rebelión general, los
albanos, casta guerrera, se aferran unánimes en vivir y morir con su
príncipe hereditario, y las guarniciones otomanas tienen que avenirse
a la alternativa del martirio o el bautismo. Se juntan los estados
del Epiro y nombran a Scanderbg caudillo de la guerra turca,
comprometiéndose los aliados a acudir con su cuota respectiva de
gente y caudales. Contribuciones, posesiones patrimoniales y las
salinas de Selina rinden anualmente hasta doscientos mil ducados, y
el todo, con un leve cercen para el lujo indispensable, se aboca a
las urgencias publicas. Es popular en sus modales, pero severísimo en
la disciplina; en sus reales no tiene cabida el menor vicio; su
ejemplo robustece la autoridad militar; y bajo su mando son los
albanos invencibles en su propio concepto, y sobre todo en el de sus
enemigos. Acuden al eco de su nombradia los prohombres mas
esclarecidos para sus aventuras, en Francia y en Germania, y
solicitan entrar a su servicio; su ejercito permanente se reducía a
ocho mil caballos y siete mil infantes; menguados eran los
cuadrúpedos para los jinetes diestrísimos; y desde luego se hizo
cargo de los inconvenientes y ventajas de sus muchas serranías, y al
resplandor de señales muy combinadas, la nación entera tenia que
acudir a sus respectivos puntos. Contrarresta Scanderbeg, con armas
tan desiguales, por espacio de veintitrés años todo el poderio
otomano, y el rebelde burla, perseguido con menosprecio y con sana
implacable, el embate de dos emperadores, Amurates II y su hijo
mayor. Entra Amurates en Albania acaudillando sesenta mil caballos y
cuarenta mil jenízaros, logra ir asolando el país abierto, ocupar
luego las poblaciones indefensas, trocar las iglesias en mezquitas,
circuncidar a los niños cristianos, y matar a los adultos pertinaces
que cautiva: pero todas sus conquistas se limitan a la escasa
fortaleza de Sletigrado, y aun la guarnición siempre invicta se
rindió con un ardid vulgarísimo, y por un escrúpulo supersticioso.
Retirase Amurates con vergonzoso quebranto de los muros de Croya, y
de su castillo, residencia del soberano; este sigue al enemigo, quien
ya en el mismo sitio, ya en su retirada, le hostiliza día y noche, y
desaparece y embiste casi invenciblemente, y aquel desengaño acibara,
y tal vez acorta, los postreros días del sultán desesperado. Remuerde
también el mismo gusano el pecho de Mohamed II, quien rebosando de
triunfos, tiene que avenirse a negociar por medio de sus
lugartenientes una tregua, y entretanto el príncipe albano logra la
suma nombradia de campeon certero e incontrastable de la
independencia nacional. El entusiasmo de la religión y de sus proezas
caballerescas lo ha endiosado con los dictados de Alejandro y Pirro,
ni se ruborizaron estos de reconocer por compañero a su gran paisano;
pero su menguado señorío, y apocadas fuerzas lo rezagan a larguísima
distancia de aquellos prohombres antiguos triunfadores, ya de
Oriente, ya de las legiones romanas. Sus brillantísimas hazanas, los
bajaes que dio al través, los ejercito que arrollo, y los tres mil
turcos que degolló con su propia mano, todo tiene que pesarse en la
balanza de una critica desconfiada.
Contra enemigos idiotas,
y allá en las lóbregas soledades del Epiro, sus biógrafos
parcialísimos, pueden a su salvo y a sus anchuras novelar hasta lo
sumo; pero aquellas patrañas quedan expuestas a la luz de la historia
italiana, y su relación fabulosa de expedición a Nápoles, tramontando
el Adriático al frente de ochocientos caballos para sostener a su
monarca, tan solo redunda en desconcepto de todo el contenido de sus
hazañas. Pudieran confesar, sin desmán para su nombradia, que por fin
el poderío otomano vino a postrarlo, y en su trance apuradísimo
acudió al papa Pio II para refugiarse en el Estado eclesiástico, y
exhaustos quedaban sus recursos, puesto que Scanderbeg feneció como
fugitivo en Liso, perteneciente al territorio veneciano. Vencedores
los turcos atropellaron su sepulcro; pero los jenízaros engastando
los huesos en sus brazaletes, manifestaron con aquel desvarío
supersticioso, su acatamiento involuntario al desventurado heroísmo.
El exterminio ejecutivo de su patria podrá arrancar su realce a la
gloria del prohombre; mas si se dedicara a contrapesar las resultas
de la sumisión o de la resistencia, un verdadero patricio quizás se
desentendiera de contrarresto tan inasequible, y cifrado con todo en
la vida y el desempeño de un solo individuo. Esperanzo tal vez
Scanderbeg equivocadamente, que el papa, el rey de Nápoles y la
República veneciana acudiría al socorro de un pueblo cristiano,
antemural de la costa britanica y del estrecho transito de Grecia a
Italia; pero en fin su hijo tierno se salva del naufragio nacional;
logran los Castriotas la investidura de un ducado napolitano, y su
sangre campea todavía en las primeras alcurnias del reino. Una
colonia de albanos fugitivos plantea su morada en Calabria,
conservando todavia ahora mismo el habla y las costumbres de sus
antepasados.
Dilatadísima es mi carrera de la
decadencia y ruina del Imperio Romano . . . .
(Historia de la Decadencia
y
la caída del Imperio
Romano.
Tomo IV).
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