La literatura medieval personificaba en algunos individuos el ideal del perfecto caballero: valiente, justo, leal, piadoso y culto en asuntos cortesanos y literarios. El Maréchal Boicicaut, cuyo auténtico nombre era Jean le Meingre, es un ejemplo de esta tendencia.
Boicicaut es un hombre piadoso que se levanta temprano para rezar sus oraciones, disfruta con la lectura de la vida de los Santos, es comedido y sencillo, y habla únicamente cuando es necesario. Su nobleza le llega a defender la castidad y el honor de la mujer, desprecia la riqueza material como auténtico caballero que es, cuyos valores son los más elevados, y por supuesto, se muestra valiente y decidido en el campo de batalla.
En 1396 acompañó a Juan Sin Miedo en la batalla de Nicópolis, donde los cristianos fueron barridos por las tropas turcas, fue condestable del Emperador de Constantinopla y uno de los generales franceses más destacado de la Guerra de los Cien Años. Precisamente durante su desarrollo fue hecho prisionero en Azincourt (1415), muriendo seis años después en cautiverio. Un contemporáneo y admirador escribió una obra basada en su vida, dibujando no tanto la realidad de un oficio duro, violento y codicioso, como la imagen de un caballero ideal, valiente, piadoso y honrado.
Un ideal encarnado en los primeros tiempos de las Órdenes Militares, nacidas en el celebrado contexto de las luchas contra el Islam, en Tierra Santa (Templarios, Hospitalarios y Teutónicos) y en la Península Ibérica (Alcántara, Santiago y Calatrava). Monjes guerreros, Militi Christi, que pretendían alcanzar los dos valores medievales supremos: la Oración y la Guerra.
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