En una esquina del mundo, cerca del mar, pero también de las montañas y de los bosques que habitaron los celtas cuando el tiempo no era tiempo, a orillas de dos ríos que se observan desde muy cerca, se encuentra Iria Flavia, una localidad que intenta vanamente, esconder su pasado legendario. La Colegiata de Santa María es guardiana silente de ese pasado, del mítico y del histórico, que suelen ir de la mano cuando uno pisa tierras galegas.
Sobre un antiguo santuario romano se levantó una iglesia que fue arrasada por Almanzor en uno de sus paseos militares por tierras cristianas. Desde época visigoda, Iria Flavia era sede episcopal dependiente de la mitra de Braga y su iglesia se convirtió en el primer templo dedicado a la Virgen María de toda la Cristiandad. A finales del siglo XI el influyente arzobispo Diego Gelmírez consiguió trasladar la sede episcopal a Santiago de Compostela, quedando Santa María relegada al rango de colegiata. La iglesia fue sometida a profundas reformas en las centurias siguientes, otorgando al edificio sus rasgos medievales. Poco a poco Padrón fue creciendo, mientras Iria Flavia se vio reducida a una simple aldea (casi un arrabal de la villa padronesa) y la colegiata acabó convertida en iglesia parroquial. En los siglos XVII y XVIII una profunda renovación convirtieron a la antigua colegiata en un bello ejemplo de barroco gallego.
El tímpano, aunque cronológicamente encuadrado en el gótico, tiene cierto regusto románico, con la representación de la Virgen entronizada, acompañada por un par de ángeles y los tres Reyes Magos.
Padrón, camino obligado para los peregrinos que llegaban por mar y presa codiciada por normandos, vikingos y árabes en sus razzias por las costas gallegas, es hoy una villa pequeña, recóndita y tranquila. Tiene estrechas y calladas calles por donde pasan los recuerdos históricos de invasiones, depredaciones guerreras y fastos episcopales como dulces y dolientes espectros. Y cuenta con una hermosísima alameda junto al Sar y un delicioso y romántico jardín. Hay que deambular por las rúas; pasear por la alameda y el jardín; entrar en la colegiata de Santa María, que fue, antes de que Almanzor la destruyera, catedral de Iria Flavia; y por último, subir a la loma donde se levanta el convento del Carmen para ver la suave y acariciadora vega que contempló y cantó Rosalía.
Fernando García de Cortázar.
Viaje al corazón de España.
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