Roberto I, apodado
Guiscardo - “el zorro” - debido a su astucia e inteligencia,
partió de su Normandía natal en busca de aventuras, fortuna, éxito
y gloria, acompañado por cinco caballeros montados y una treintena
de infantes. Aprovechó la inestabilidad tradicional de todos contra
todos (lombardos, terratenientes, nobleza, bizantinos, sarracenos,
Papa, emperador) que enraizó (al principio de los tiempos
históricos) en el suelo italiano para hacerse con un importante
estado territorial. Ana Conmeno, princesa bizantina e historiadora
escribió sobre él: “tenía pensamientos propios de un tirano, un
temperamento astuto y una fuerza considerable”.
Con esta reducida
mesnada se personó en Lombardía y pronto se hizo un nombre a base
de certeros mandobles. Hijo de un noble normando menor llamado
Tancredo de Hauteville (que se casó dos veces y tuvo más de diez
hijos), sus hermanos Guillermo Brazo de Hierro, Drogo y Hunifredo ya
habían hecho fortuna en el sur de Italia, y ya disponían de algunos
feudos en tierras calabresas y apulias.
Asustado por la fuerte
presencia normanda en la península, el papa León IX organizó una
coalición para expulsarlos de Italia, pero en la batalla de Civitate
(1053), los hermanos Hauteville propinaron una buena paliza a las
huestes papales. Ese día Roberto comandó una de las alas del
ejército y demostró sus cualidades militares siendo decisivo en la
victoria final.
Su influencia iba
creciendo (tanto como su ambición) y pronto (a la muerte de
Hunifredo) se convirtió en el auténtico padrino del clan Hauteville
en Italia. Por ese tiempo se divorció de su primera esposa y
contrajo matrimonio con Sichelgaita, una princesa y amazona lombarda.
Una mujer de armas tomas, envidiada por las valquirias, y arrolladora
personalidad. La media naranja ideal para Roberto.
Más tarde el papa
Nicolás II, ante la tesitura en que se encontraba la Santa Sede
enfrascada de lleno en la Querella de las Investiduras y enfrentada
abiertamente a la levanticas aristocracia romana, pensó atraerse el
favor y la ayuda del bravo zorro normando. En el sínodo de Melfi
(1059) Nicolás II otorga a Roberto Guiscardo el título “por la
gracia de Dios y de San Pedro duque de Apulia y de Calabria, y con la
ayuda de los dos, futuro duque de Sicilia”. Es decir las conquistas
presentes y futuras que consiguiese el normando. A cambio Roberto se
declaró defensor de la iglesia y vasallo del papa
Completó la conquista
de Apulia y de Calabria y como un comandante supremo delegaba en sus
familiares, así que encargó a su hermano pequeño, Roger, la
conquista de Sicilia, para lo que tuvo que emplearse a fondo, pues
los sarrecenos opusieron una dura resistencia. Con el asalto de la
ciudad de Bari (1071) se puso fin a la presencia bizantina en Italia.
Pero el indomable jefe normando quería más, y puso sus ojos en
Iliria, y hasta allí dirigió sus tropas, contando con el
beneplácito papal. Los poderosos venecianos, aliados de Bizancio,
vencieron, con cierta facilidad, a la flota normanda, pero en tierra
Roberto prosigue su marcha triunfal hasta tomar la ciudad de
Dirraquio (una ciudad que ha sido griega, romana, iliria, bizantina,
normanda, veneciana, otomana y albanesa)
Pero las obligaciones,
pactos y lealtades mandan, y Roberto tuvo que volver apresuradamente
a Roma a socorrer al papa Gregorio VII asediado en el castillo de
Sant Angelo por las tropas del emperador Enrique IV. Las
experimentadas torpas normandas forzaron la retirada del ejército
agresor y de paso saqueron Roma. Roberto cumplió con lo pactado,
liberó al Papa y lo puso a salvo de los tumultos capitalinos,
escoltándolo hasta Salerno. Su hijo Bohemundo se quedó al frente de
las operaciones en Grecia, aunque no pudo evitar que los venecianos
recuperasen Dirraquio.
Su personalidad inquieta
y peleona, anima a Roberto a volver a oriente para prestar ayuda a su
hijo, allí contrajo unas fiebres tifoideas que lo arrastraron a la
tumba cuando ya había sobrepasado los setenta años. La sangre
escandinava que corría por sus venas lo empujan a combatir, combatir
y combatir. El típico (y tópico) espíritu pionero vikingo impulsan
el ánimo del joven Roberto que partió de Normandía en busca de la
gloria eterna y un asiento junto a Odín en el Walhalla.
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