viernes, 23 de febrero de 2024

CASTILLO DE POENARI, EL NIDO DEL DRAGÓN



Todo depredador tiene una guarida, Drácula también. Ni Bran, ni Hunedoara, ni la casa amarilla de Sighisoara. El auténtico hogar lo encontró Vlad en la soledad y la quietud de los altos riscos de los Cárpatos.





Abandonamos Curtea de Argés bien temprano, a eso de las 7.10 de la mañana (temprano desde el punto de vista de un español dormilón, pues hace rato que clarea), y encaramos la carretera que sigue paralela el curso del “rau Argés”, evocador y poético nombre. Una carretera rústica en un estado aceptable. Tras una media hora de plácido trayecto alcanzamos uno de los objetivos místicos de este viaje: las ruinas de Poenari, el auténtico castillo de Drácula. 1480 escalones y 80 metros de desnivel nos separan del Nido del Dragón. Un reto complicado y exigente, sin duda.





Justo en el lugar donde comienzan los primeros tramos de escalera, se ha instalado un camping de nombre típico (y lógico) el Camping Drácula. Unos pocos metros más atrás se levanta un hotel restaurante (con ciertos aires de resort rural), en el que la bienvenida te la da una bizarra escultura metálica del Empalador. Es la hora del desayuno y el hotel está hasta los topes de turistas (rumanos y extranjeros), deseosos de participar en la romería Drácula. Este Hotel La Cetatea (es decir, el Castillo) es un buen lugar para tomar un café expreso antes de comenzar la ascensión.





El pueblo rumano, inteligente como pocos, hace bien en aprovechar el tirón mediático de Vlad III. Aunque como he señalado (y repetiré) Rumanía tiene mucho más que ofrecer. Al final la figura del voivoda-vampiro-empalador queda reducida (y devorada) a una simple anécdota. Curiosamente Vlad III no es, ni mucho menos, el mejor de los gobernantes de la Rumanía medieval. Eso sí, ha sido el único en lograr la inmortalidad.




Cada amanecer el dragón, después de pasar la noche surcando los cielos en busca de alimento, encuentra refugio en su nido, encaramado en lo alto de una inaccesible roca, y protegido por un espeso bosque.





La escalera es cómoda, pero dura. En el primer descanso – 453 escalones, apenas un tercio – las piernas arden, y pesan más de la cuenta. El húmedo bosque, oscuro y vivo, dificulta el ascenso. Un ejercicio intenso para piernas y corazones fuertes, llenos de vitalidad. Rozando el escalón mil, las fuerzas flaquean. Venga un poco más. El tramo final, con las piernas, y toda la musculatura, calientes y el corazón a mil por hora, ha resultado más sencillo. Robé la energía a otro excursionista y experimenté una recuperación vampírica. 



Se acaba el bosque, se hace la luz y se materializa ante nuestros ojos las ruinas del Nido del Dragón. Desde aquí se dominaba perfectamente el valle del Argés, un paso natural que comunica Valaquia y Transilvania.





Sudor, sol y viento. Visitantes por doquier, es la romería Drácula, en su etapa más dura. Pisamos las mismas piedras, que con seguridad, pisó Vlad el Empalador. Este es el único y auténtico castillo de Drácula. El único del que existen registros de la presencia de Vlad III. Dos empalados de rostro inexpresivo nos reciben a la entrada de la cetatea (ciudadela). Son un par de maniquíes bastante feos y mal hechos.




La subida (por estas escaleras) es una experiencia donde se van alternando el cansancio y la lucidez, la fatiga y el vigor. Momentos de desfallecimiento que son seguidos por minutos de explosión física. Cuentan que los boyardos (y familiares) que no fueron asesinados  durante el famoso banquete celebrado en Targoviste fueron obligados a construir esta fortaleza. Sus ropas quedaron hechas harapos, muchos morían despeñados y otros desfallecían mientras acarreaban enormes piedras hasta la cumbre. A pesar de la crueldad, me parece un castigo justo para los traidores. Especialmente para aquellos que tienen las manos teñidas de sangre inocente.




Las ruinas de castillo sobrecogen, alimentan la sensibilidad humana, un lugar para la fantasía, el cuento y la leyenda, historias de caballeros y princesas, terribles relatos de horror gótico. Este castillo se ha convertido en un centro de peregrinación para rumanos y extranjeros. La historia, la leyenda, la naturaleza, fusionadas en un enclave de gran belleza para todos los sentidos, los físicos y los mentales.



Poenari es una fortaleza de pequeñas dimensiones, defendida por una reducida guarnición formada por entre 5 y 7 soldados. En el castillo podemos distinguir dos partes correspondientes a sendas fases constructivas:


  • El donjón o torre del homenaje, data del siglo XIII, muy probablemente durante el gobierno de Negru Voda.

  • Los muros y las torres semicirculares fueron construidos en el siglo XV, precisamente durante el gobierno de Vlad III.






Desde un punto de vista arquitectónico, la Torre Central presenta influencias transilvanas y los muros un estilo claramente bizantino. La fortaleza original y la primera mitad de los muros están fabricados con piedra, por su resistencia y durabilidad, mientras que la parte superior se reconstruyó con ladrillos, con el objetivo de configurar los huecos necesarios para la artillería. El único asedio conocido que sufrió la fortaleza fue obra de los turcos en el verano de 1462, y se puede fechar durante el gobierno de Radu cel Frumos (hermanastro de Vlad).




Una leyenda que leí una vez en el laberinto de Buda, que coincide (en parte) con la maravillosa introducción rodada por Francis Ford Coppola para su versión de Drácula (de 1992), cuenta que la esposa de Vlad se encontraba en esta fortaleza cuando fue atacada por los otomanos. Para evitar ser capturada por los invasores la princesa decidió quitarse la vida lanzándose a las aguas del río.




Con el tiempo esta fortaleza perdió protagonismo en las guerras contra los otomanos, y después de 1550 fue abandonado. Un terremoto destruyó la parte norte en el año 1915. La restauración actual data del año 1972, durante la época de Ceaucescu.




Otro reto superado con éxito. El sudor y el esfuerzo son la clave del éxito. Ahora descender y dejar aquí un pedacito de nosotros para la posteridad. Otros vendrán a pisar mis huellas impresas. No es el más hermoso (su estado es totalmente ruinoso) pero si el más sugerente de todo el arco carpático, la herradura montañosa, donde historia, leyenda y literatura se funden en un todo indivisible. Alzo la vista y sobre un lejano bosque, serpentea un río de argénteo caudal.



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