En 1959 el guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo, lanzaron a a la fama a una pequeña aldea de irreductibes galos, cuya máxima diversión consistía en hacer la vida imposible a Julio César y sus aguerridos legionarios. Astérix y Obélix, los héroes protagonistas de estas aventuras, hace tiempo que entraron por la puerta grande en el Salón de la Fama del Noveno Arte.
Millones de lectores en todo el mundo nos hemos sumergido en sus interminables aventuras, recorriendo la Galia, Bretaña, la India o Egipto, y disfrutado de horas de lectura bajo el flexo acurrucado entre mantas. E incluso para algunos (pocos o muchos), entre los que me incluyo, supuso un primer acercamiento al fascinante mundo de la Historia Antigua (y me encaminaron hacia el estudio en la Facultad de Filosofía y Letras). Mis cimientos como historiador se los debo a los comics de Astérix y Obélix (y a sus películas animadas) y a la inolvidable serie de Érase una vez el hombre.
Goscinny y Uderzo no sólo han creado historias originales, por momentos mordaces, cargadas de divertidas críticas y muy, muy entretenidas, sino que además han contribuido a perpetuar ciertos tópicos, repetidos hasta la saciedad pero que la mayoría de las veces son ciertos y fundamentados, han narrado acontecimientos de la época y transmitido noticias, que no son más que un tímido reflejo de toda la realidad histórica de la que nos informan las distintas fuentes. En definitiva, los geniales autores franceses demuestran tener un profundo conocimiento sobre la apasionante época que dibujan y nunca mejor dicho, con suma maestría en sus obras.
En ese sentido, es de sobras conocida la afición, desmedida en ocasiones, especialmente si pensamos en el inocente Obélix, por la suculenta carne de jabalí de los galos. Además de fastidiar a incautos legionarios y centuriones, el deporte favorito de los galos es corretear jabalíes por los espesos bosques del país vecino. ¿Y qué decir de los asustadizos marranos salvajes que por mucho que corran siempre terminan llenando el gaznate de algún guerrero, o visitante, ávido de buena carne? Todos los episodios de la serie terminan con un pantagruélico banquete a la luz de la luna siendo el jabalí el plato estrella.
Según el geógrafo griego Estrabón, que tantos y tantos datos etnográficos nos legó, la carne de cerdo era uno de los alimentos preferidos para algunos de estos pueblos: "Su alimento es muy abundante, y consiste en leche y en todo tipo de carnes, en especial las de cerdo, frescas o en salazón. No ponen a cubierto durante la noche a los cerdos, que destacan por su altura, fuerza y velocidad, y resultan un peligro no sólo para quien se acerca desprevenido, sino incluso para los lobos".
Estrabón IV, 4, 3.
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