La Auvernia tiene a la bestia de Gevaudan (la que inspiró la interesante película el Pacto de los lobos) y la Galicia atlántica al Vákner. Para alcanzar el Fin de la Tierra, el mítico Finisterre, hemos de atravesar el territorio Vákner, un espacio turístico inspirado en viejas leyendas. Estamos en las tierras del “lobishome” como narró magistralmente Fernando Sánchez Dragó en su mítica obra “Gárgoris y Habidis”. Descubrí este maravilloso libro, que se convirtió en una de mis lecturas de cabecera, en mis tiempos de universitario. No podía creer que el extraño personaje que presentaba un soporífero programa de televisión hubiese escrito tamaño libro. Aunque mirado con cierta perspectiva, a lo mejor la citada obra, también puede resultar un tanto monótona y soporífera.
La licantropía es consustancial a la sociedad humana. Y existen numerosas referencias. Los guerreros dacios convertidos en lobos, los perros fieles y salvahes qye custodian las tumbas de los vampiros durante el día, el Valdemar Dadinski de turno, entusiasta de la carne y los gritos femeninos, y el hombre lobo, aldeano de bien que muta en voraz cazador durante las noches de luna llena. En mi mente se entremezclan los ensayos de Dragó y de Mircea Eliade, los monstruos de Hammer y el Fantaterror patrio y las leyendas que reinvento en mi mente en cada paso que me aproxima a Fisterra. El licántropo es nuestro yo más animal, ancestral y salvaje. Dominado por los instintos primarios de la caza y la cópula. Y Galicia es (o fue) tierra de hombres lobos.
Un obispo armenio, Mártir de Arzendján, quién realizó una peregrinación entre 1491 y 1492, tuvo un encuentro con esta bestia. Termina la Edad Media, comienza la Edad de la Razón, y proliferan leyendas atávicas. Y es que somos humanos, demasiado humanos. El instinto y el miedo por encima de la razón.
Un monstruo, una bestia salvaje que aterrorizaba a los peregrinos que, desde Santiago de Compostela, proseguían su viaje hacia Muxía y Fisterra. Aquí en vez de atracados por bandoleros de pañuelo y trabuco, podían ser devorados por una criatura ancestral. Los testigos atemorizados no se ponen de acuerdo en las formas de Vákner; un toro, un lobo, un dragón. De cualquiera de las maneras una bestia brutal, salvaje y terrorífica. Su presencia hiela la sangre en las venas del más valiente. Nadie conoce ni su origen, ni su guarida, pero tienen la esperanza de no cruzar nunca su camino con la criatura Vákner.
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