Desembarcamos en el Ferrol, como muchos ingleses, irlandeses y escandinavos, esta noche dormiremos aquí y mañana iniciaremos la peregrinación a Santiago. El Camino de los ingleses, lo llaman. Antaño apellidada “del Caudillo”, Ferrol tiene unos astilleros, como Puerto Real, y un Arsenal, como Venecia.
La historia de la ciudad de El Ferrol es la propia historia de su Arsenal. Los monarcas españoles de la época de la Ilustración (siglo XVIII), básicamente, Felipe V, y sus hijos Fernando VII y Carlos III, impulsaron la construcción de este gran arsenal y astillero real, convirtiendo a la ciudad en la capital del departamento militar del noroeste de España. Y de paso en una de las primeras ciudades industriales de Galicia.
El Ferrol fue señorío de los Andrade y de los Lemos, y tuvo cierto interés estratégico en el siglo XVI, pero no dejó de ser una humilde villa de pescadores hasta que los Borbones comprendieron las ventajas de su situación, ordenaron construir los astilleros y arsenales, y convirtieron su puerto en piedra angular de la política naval de la monarquía en el Atlántico Norte y el Cantábrico. Los mayores navíos del Siglo de los Luces – esos que acabaron destruidos en Trafalgar – fueron construidos aquí. Y aquí también estuvo la Academica de Guardias Marinas, encargada de la educación de los oficiales de la Armada y uno de los mejores ejemplos de difusión de las ideas científicas de la Ilustración.
Fernando García de Cortázar.
Viaje al corazón de España.
Un personaje nacido en estas tierras marcó a fuego toda la historia de España del siglo XX. En pleno siglo XXI, unos y otros, amigos y enemigos, parecen empeñados en que su estela se alargue demasiado en el tiempo. En la ciudad portuaria también vio la luz Pablo Iglesias Posse, el fundador del PSOE y el novelista Gonzalo Torrente Ballester.
La armada, el puerto y los astilleros son la razón de existir de Ferrol pero todo aquí da la sensación de deterioro y abandona, como si los sus mejores años hubiesen pasado ya (y no quisiesen volver). Las gaviotas del puerto recitan una letanía dedicada a la ciudad que le da de comer. Puertas oxidadas, escaparates tristes y vacíos, edificios que causan ruinas, ventanas atrancadas, paredes desconchadas, la larga crisis (que nadie recuerda ya cuando comenzó) se ha cebado especialmente con estas urbes industriales y portuarias.
La ciudad vieja vive abajo, a orillas de la ría. La ciudad nueva surge hacia arriba. El brillante azul del mar, contrasta con el monótono gris de sus edificios. No obstante aún podemos disfrutar de una interesante colección de plazas, iglesias y casonas de la Ilustración, época dorada de la ciudad (y casi de la región). Para ciudades como Ferrol, ni siquiera el turismo supone la salvación.
El puerto medieval es el corazón de Ferrol Vello, un conjunto de callejuelas que comunican, casi sin solución de continuidad con la Magdalena y su ordenación urbanística neoclásica. El límite difuso entre los dos barrios señala también un cambio de época, que trajo consigo un nuevo modelo económico y una sociedad sustentada en él. Entre las peregrinaciones, la pesca y el comercio medieval, y el capitalismo, la burguesía y la industria, se instala la armada.
Abandonamos la ciudad caminando al borde de la ría que le da vida, a lo lejos los astilleros que unen Ferrol con mi Puerto Real natal.
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