A finales del siglo XVIII, la inspiración clásica volvió a ponerse de moda en la vida artística tomando el nombre de Neoclasicismo. Jacques Louis David fue el pintor neoclásico por excelencia y el más admirado de su tiempo. Su obra es una valiosa fuente que retrata todo el proceso desde los orígenes de la revolución (El juramento del Juego de Pelota), su desarrollo (La muerte de Marat) y la época del imperio (el paso de los Alpes o la coronación de Napoleón).
David, como muchos pensadores de la Ilustración, creía en el valor didáctico y moralizante de la pintura. Según el enciclopedista Diderot el arte debía “hacer la virtud atrayente, el vicio odioso y el ridículo clamoroso”. De esta manera el arte podía revelar con sencillez y facilidad verdades a las que la razón tardaba más en llegar y necesitaba un mayor esfuerzo para ello. Por ese motivo David consideraba sus pinturas como algo más que una obra de arte, eran manifiestos, incitaciones, protestas y glorificaciones, hechas con pasión, y expresadas de forma clara y austera.
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