sábado, 25 de julio de 2020

EL ASCENSO DEL CLERO HELIOPOLITANO




Como le suele suceder a la mayoría de los Imperios, una serie de factores internos, motivaron tiempos de crisis y la disolución del Imperio Antiguo, la primera gran época de esplendor del Egipto de los faraones. Al tiempo que el poder de los soberanos disminuía, los sacerdotes de Heliópolis, servidores del dios solar Ra, tomaron el relevo, y llenaron templos y monumentos funerarios de los faraones con manifestaciones solares. Como la nobleza medieval, las acciones de sacerdotes y nomarcas, contribuyeron a menoscabar la autoridad del faraón.

Fue al final de la dinastía V, cuando se inicia el empuje tanto de los sacerdotes heliopolitanos, como de los nomarcas, los gobernadores de las diferentes provincias. Este ascenso fue ensombreciendo la figura del faraón. A medida que el poder del faraón se iba ensombreciendo, las potestades que él había concedido a nomarcas y sacerdotes, se hacían hereditarias. Este proceso originó auténticas dinastías que se especializaron en el control del poder. La importancia de estos personajes podemos apreciarla en las suntuosas tumbas ubicadas en la necrópolis de Saqqara, como la de Ti.

A partir de la dinastía IV podemos constatar que el culto al dios Ra experimentó un gran impulso. Esto se puede ver en la pirámide de Dyoser, una verdadera escalera al cielo, y en las situadas en la Meseta de Gizeh, donde sus caras lisas son expresión de los rayos solares. En Heliópolis, un centro donde el culto al Sol fue más significativo, los sacerdotes encargados de sus templos fueron adquiriendo más y más prerrogativas, y acumulando más y más cargos. El templo tenía tenía caracteristicas propias, ya que la adoración del disco solar necesitaba de un espacio abierto donde entrar en contacto directo con los rayos que proyectaba el Astro Rey sobre los hombres.

La teología heliopolitana, cuyo creador del mundo era Atum, relacionó el benben con el montículo sagrado donde se posó el Ave Fénix, símbolo del Sol, al inicio de los tiempos. El benben era el centro del culto al dios Re, simbolizado con una columna rematada con un piramidón (de aquí se evolucionó al obelisco, rayo de Sol petrificado). De esta época es también la aparición del título del protocolo faraónico de Hijo de Re, que perduraría hasta el final del Egipto faraónico.


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