Fortaleza y puerto pesquero. Una
aldea de pescadores, marineros y balleneros que se bebió toda el
agua del Bidasoa. Más arriba, fortaleza, parroquia y burgo
amurallado. Una ciudad medieval en la costa del mar bravío, donde el
cielo es más gris que azul. En las tascas, a orillas del Bidasoa,
los rudos marineros buscaban refugio y consuelo en el aguardiante.
Hondarribia nos ofrece un paseo por su historia desde la Plaza de
Armas, en la zona más elevada, hasta la pintoresca calle de San
Pedro en el barrio de los pescadores.
Hondarribia – o Fuenterrabía
– nació junto al río Bidasoa, protegida por el monte Jaizkibel y
la bahía de Txingudi que se abre al mar Cantábrico, antesala del
Océano Tenebroso. Tradicionalmente el pueblo vasco ha vivido entre
el caserio y el puerto. El antiguo vascón domeñó las indomables
agua del Cantábrico.
Unas murallas que dejaron de
ser medievales, una iglesia gótica con alta torre barroca y un
castillo navarro transformado en palacio-parador del emperador, son
los elementos característicos de esta plaza fuerte. Más abajo, las
vetustas casas de los pescadores, ofrecen un contrapunto popular a la
villa señorial.
Sancho Abarca construyó el
castillo y Sancho VI “el Sabio” lo amplió. El flamante emperador
Carlos V lo convirtió en un palacio renacentista. Disfrutado hoy por
los fieles huéspedes de los Paradores Nacionales.
Don Cristobal de Rojas y
Sandoval, nacido aquí, fue arzobispo de Sevilla, capellán de Carlos
V y protector de Santa Teresa. El Medievo se había acabado y el
Imperio Hispánico de los Habsburgo dominaba el globo.
Corsarios, pescadores,
marineros y balleneros se arrejuntan en estos viejos muelles cargados
de historia. La cofradía de pescadores – Arrantzaleen kofradia –
organiza y gestiona los asuntos relacionados con esta actividad desde
el año 1361 (que se sepa). Su sede actual es un bonito edificio con
un único arco central.
En las calle de San Pedro los
balcones de las casas tradicionales están pintados con los mismos
colores que se utilizaban para las embarcaciones.
Pequeños barcos de colores
suben y bajan por el río.
Hondarribia ha sido (y es)
lugar de paso para los peregrinos que, siguiendo la costa cantábrica,
se dirigían a la tumba del Apóstol Santiago (un hito imprescindible
en nuestra historia medieval).
Se cuenta que Hondarribia tiene
tres almas: la ciudad amurallada y su burgo medieval, el barrio de
los pescadores a orillas del Bidasoa y los blancos caseríos
dispersos por el monte. Pescadores, burgueses y labriegos llevan
varios siglos conviviendo en esta pequeña localidad.
Aires medievales a orillas del
mar Cantábrico.
El antiguo muelle – Kai
Zaharra – es el lugar decisivo y definitorio de Hondarribia.
Durante siglos zarparon día tras días, con sol, lluvia o tormenta,
los sufridos pescadores a faenar en sus barquichuelas. La tez quemada
por la brisa marina y el alma encantada por los cantos de sirena. Día
tras días una fuerza invisible los empuja a salir al mar.
El mar no divide, mas al
contrario une, es un vehículo de cohesión de tierras y de gentes.
Ante el mar, todos los humanos somos iguales.
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