Las relaciones personales,
especialmente las que se producen en un marco de desigualdad, suelen
estar caracterizadas por las tensiones y los conflictos. Siervos
contra señores, burgueses contra nobles, sindicatos contra patrones,
la lucha de clases es uno de los motores de la historia y no faltan
ejemplos para ilustrar esta idea.
A lo largo del siglo XII fueron
frecuentes las revueltas antiseñoriales en las ciudades que
jalonaban el Camino de Santiago, como la acontecida en Sahagún. En
la localidad leonesa los habitantes del burgo, que había surgido y
prosperado al amparo del monasterio, se encontraban bajo la autoridad
de su abad. En 1110 campesinos y burgueses, unidos bajo un mismo
grito de rebeldía, se sublevaron contra su señor, y durante varios
años los hermanados hostigaban a los representantes de los señores,
y si se daba el caso, saqueaban sus casas.
Pero como hemos apuntado al
principio, las relaciones sociales terminan desgastando, pues el roce
no hace el cariño, sino que al contrario, genera tensiones, y la
hermandad entre campesinos y burgueses no podía ser eterna. Estos
burgueses (que con el tiempo se convirtieron en un poderoso
patriciado urbano) en el fondo ambicionaban las tierras de los
campesinos y las disensiones internas entre los amotinados
permitieron al abad sofocar la revuelta.
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