Jorge Castriota no quiso
ver a su pueblo sometido, ni a sus ancianos postrados ante el Sultán.
Renegó de la Media Luna, abrazó la Cruz, se convirtió en infiel y
transformó su espada en la de un cruzado. Lo que aprendió con los
turcos lo utilizó contra ellos. Príncipe Alejandro le llamaban por
su movilidad en el campo de batalla, y enarboló la bandera sangre
con el Águila Bicéfala y su pueblo marchó tras ella. Construyó
castillos, fortificó plazas, unió a los nobles, hostigó a los
turcos, luchó hasta el límite de sus fuerzas y no pudo ser
derrotado...salvo cuando la parca dijo, !basta ya Castriota, acude a
mi llamada¡.
Algo hervía en su
interior, la bilis le subía por la garganta antes de entrar en
batalla. Aprovechó el terreno, listo, valiente y diplomático, un
ardid le dio el castillo de Krujë que convirtió en el centro de sus
dominios.
Tirana, Krujë y Lezhë,
cinco siglos después seguimos tras los pasos de Skanderbeg, de
desconocido a alma mater. Soy un extraño vagabundo metido en la piel
de un historiador, sin historia que narrar, sin tesis que escribir,
sin epopeyas que contar, mas me guía la pasión y el instinto, y
aunque a veces erro en el camino, confundo las señales y me pierdo
en el mundo, no puedo evitar ser lo que soy, no cuento mis historias
para nadie, simplemente sueño lo que escribo, y sigo los borrones de
tinta que va dejando mi bolígrafo.
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