Y encontré al Cid en Burgos. Y en Valencia. Y en Zamora. Y en León. Y lo vi campear por dorados páramos castellanos. Nunca supo si huía o regresaba. Nunca supo si elegir la Cruz o la Media Luna. Tizona, Babieca y Jimena fueron su Santísima Trinidad. Y lo encontré en el Camino. Y me siento Campeador, mi espada lucha por mi, afiladas las palabras. Ni patria, ni bandera. La Piel de Toro era suya, los ecos de su leyenda se perdieron en las profundas cuevas de la inapetencia literaria y cultural. Jamás debemos olvidar los mitos y las leyendas. No hablan de historias que nunca ocurrieron, ni de un ayer inexistente, ni de personajes de fantasía. Hablan de cosas que están ocurriendo. Y están ocurriendo aquí y ahora. Y te están ocurriendo a tí y a mí. El problema es que cuando se crea el símbolo, se mata el mito, muere su significado. El símbolo es falso, mas el mito es real.
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