Las leyendas del Atlántico, el sueño de Platón, los viajes del capitán Nemo, visitar esos regios palacios habitados por delfines. El poeta pisa la arena de la playa, los pies mojados, la sal pegada a la piel, escudriña el horizonte. Descubrir las maravillas ocultas en el fondo oceánico, la llanura abisal es la última frontera, inaprehensible. Sueña con regresar a la Atlántida, al origen de todo. Los pinceles componen un poema dividido en dos estrofas, de cuatro versos cada una, los momentos del día y los estados de la mar.
El Poema del Atlántico formaba parte de un magnífico proyecto inconcluso, el Poema de los Elementos (agua, tierra, aire y fuego). La temprana muerte del artista nos privó de conocer la obra completa. Tierra quedó sin acabar. Aire y fuego ni siquiera pudieron ser iniciados.
Pintor modernista y simbolista, después de recorrer Europa, y entrar en contacto con los círculos artísticos de su época, regresó a Las Palmas de Gran Canaria, junto al mar encontró la inspiración definitiva para realizar la más celebrada (y conocida) de sus obras. Mi prima Aida me lo presentó una tarde, verano del 2000. Néstor promotor de la cultura y la identidad Canaria. Nunca olvidaré el impacto que me produjo contemplar su obra en el corazón del Pueblo Canario. Aquella visita me hizo conectar con mis raíces canarias.
Néstor de la Torre jugaba con un interesante concepto esotérico con fuertes influencias masónicas (algunas hipótesis sostienen que Néstor era masón), la cuaternidad. Una manera de ver, organizar y concebir el Cosmos; cuatro edades del hombre, cuatro momentos del día, cuatro puntos cardinales, cuatro estaciones y por supuesto, cuatro elementos esenciales. Para los masones el cuatro simboliza el orden, la estabilidad y la totalidad. El cuatro es lo material, mientras que el triángulo representa lo espiritual. Juntos el cuatro – lo material – unido al triángulo – lo espiritual – representan la totalidad del Cosmos. El Poema es puro simbolismo, ocho lienzos divididos en dos grupos de cuatro, Néstor, a través de la pintura, consigue poetizar el Cosmos. El pintor grancanario recitaba poemas con sus pinceles.
Enormes y desproporcionados peces comparten el espacio con jóvenes desnudos suspendidos por hilos etéreos sobre las aguas, una visión un tanto irreal, fantástica y onírica, donde conviven la angustia y el sosiego, el sueño y la pesadilla, la fantasía y la realidad. Glamour y misterio, Eros y Thanatos, y el Cielo Eterno como claves de la vida. El color es el elemento esencial de una obra llena de ritmo, armonía y cierta musicalidad. Frente a ella podemos oír los sonidos del mar en los distintos momentos del día y en las diferentes estaciones del año.
Ocho lienzos cuadrados (126 x 126 centímetros), de nuevo la cuaternidad, organizados en dos series de cuatro: Las Horas (1912 – 1918) y Los Aspectos (1921 – 1923).
Las Horas vienen a simbolizar Las Edades del Hombre y podemos incluso asimilarlas a las cuatro estaciones; Amanecer/Primevera, Mediodía/Verano, Tarde/Otoño, Noche/Invierno. Si nos centramos en el simbolismo del agua podemos comprender el por qué Néstor comenzó su poema por el mar; es el elemento primordial del que surge la vida en todo su esplendor.
Amanecer. La noche se ha retirado, el sol empieza a levantarse lentamente sobre la superficie del mar en calma. Tres peces y tres niños. El tres simboliza lo espiritual, la divinidad misma, el número capaz de superar la dualidad. El nacimiento del hombre, comienzo de la vida. El Sol está presente, aunque nos llegar de forma indirecta, a través de la luminosidad del alba.
Mediodía. La infancia, dos niños cabalgando alegremente sobre un pez tamboril, una etapa de la vida caracterizada por la alegría y la curiosidad. En esos momentos no lo sabemos, pero durante la edad adulta, las echaremos de menos.
La Tarde. Alcanzamos la edad adulta pocas horas después del mediodía. La vuelta atrás no es posible. El ser humano se aferra al pez, a la existencia misma, tratando de retrasar (en lo posible) lo inevitable.
La Noche, el final del camino, la muerte. ¿Tal vez el inicio del siguiente?. Los dientes afilados de las morenas nos avisan del destino cierto, el que no es posible retrasar por más tiempo.
En la segunda serie Néstor pintó la famosa playa grancanaria de Las Canteras, en cuatro aspectos.
Bajamar. Una bajamar al amanecer. El pintor muestra al espectador la zona de la barrera de la playa de Las Canteras, completamente invisible durante la pleamar. Aunque el mar no pierde presencia es el cuadro donde la tierra adquiere mayor protagonismo. Tres niños, entre el sueño y el despertar. Mientras uno de ellos se despierta y saluda al nuevo día, los otros dos continúan durmiendo.
Pleamar. El mar se llena de ondas y movimientos, y el cuadro de música. Todo vibra, todo tiene vida. La fuerza pletórica del mar.
Borrasca. Una lucha, un torbellino, los niños y los peces envueltos en el torbellino, parecen danzar, querer escapar del mar, del cuadro, de la realidad. La furia del dios Océano, el agitado mundo marino de vientos y tempestades.
Mar en reposo. Como en el ciclo del eterno retorno, el continuo nacer y morir, después de la tempestad siempre regresa la calma. El propio Néstor aparece en la escena, junto a su amante Gustavo Durán, un sueño idílico, que juega a buscar la eternidad, atrapar la vida en un suspiro. Los amantes exhaustos, tal vez, parecen levitar sobre el placer derramado. Como un espejo, el mar, separa dos mundos, el humano y el animal. ¿Duermen plácidamente o simplemente se dejan arrastrar por las complejas corrientes de la vida?.
Quise encontrar el camino hacia la Atlántida mirando estos cuadros . . . (verano del año 2000).




























































