Independencia, hermoso vocablo, anhelo del alma, conquista irrenunciable. Finalizado el conflicto franco, Venecia fue, pasito a pasito, consolidando una independencia, que ya era una realidad en el siglo IX. La ciudad no obedecía al emperador bizantino en la práctica, ni estaba integrada en el Sacro Imperio Romano Germánico, sino que establecía relaciones comerciales con ellos como un auténtico estado soberano.
Por otro lado se mantenían las buenas relaciones entre la República y el Imperio Bizantino, existiendo una fuerte y estrecha alianza entre Venecia y Constantinopla. Esta vinculación de Venecia con Bizancio, la alejó del clima político, e incluso cultural, que se vivía en la península italiana. En ese sentido, y al igual que su protectora oriental, Venecia era más griega que latina (como la bella Apollonia en el Padrino).
Venecia siempre se mostraba dispuesta a prestar sus servicios a los griegos, como sucedió en 841 cuando enviaron una flota para apoyar al basileus en su lucha contra el creciente Califato Abásida. Ambos colaboraban en la lucha contra los sarracenos y demás peligros, así como contra sus restantes enemigos.
La ubicación de Venecia en una laguna natural hacía arriesgado el intento de conquistarla, en tanto el arte naval europeo en la Baja Edad Media estaba poco desarrollado. Precisamente, fueron los marinos venecianos los que colaboraron en dinamizar la construcción naval en Europa por razones de primera necesidad: Venecia disponía de un territorio continental de reducidas dimensiones, por lo que su fuente principal de abastecimiento fue el comercio con el Adriático, y ante ello, el estímulo a la navegación marítima se había transformado en una necesidad y, a la vez, en fuente de poder político y financiero.
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