La roca volcánica emerge de las profundidades de Gea, quiebra la corteza igual que un hijo desbarate el cuerpo de su madre en el momento del nacimiento (posiblemente el dolor más dulce que existe). ¿Cuánto tiempo llevan ahí?. No hay persona en toda la tierra que haya vivido tanto como para recordarlo. Hasta no hace mucho la foca monje nadaba y pescaba en estas aguas, aunque su ronco canto, ya no se oye por estos lares. Ahora, en pleno siglo XXI, olvidadas las ancestrales leyendas contadas por los viejos lobos de mar, muchos jóvenes, y no tan jóvenes, llegan hasta aquí atraídos por la magia del enclave. Aunque piensan que solo han venido hasta aquí para sacarse una fotografía (odio la palabra selfie), en realidad es una poderosa fuerza, que surge del mismísimo seno del mar Mediterráneo, y que hace milenios se aposentó en este rincón del Cabo de Gata, el que los atrae hasta aquí. Todos los que han pasado junto a estas rocas saben de que hablo.
Es el Crepúsculo el momento más esperado, el cielo regala un caleidoscopio de colores cada tarde, el Sol se oculta y cede su lugar a Selene, la inmortal Hécate, la reina de la noche que desequilibra las mentes y siembra la incertidumbre en los corazones. Bajo las aguas sus hijas despiertan y comienzan a entonar sus dulces melodías. Y pobre de aquel que las escuche, Ulises lo sabía, y tomo precauciones. Expertas en el arte de la seducción y del engaño, su belleza se convierte en su arma más poderosa. La lascivia de unos, y los corazones tiernos de otros, siguen siendo la perdición de los hombres solitarios que se acercan a este lugar. Las dulces y rítmicas canciones cesan, y entonces comienza un concierto de desgarradores gritos y lastimosos alaridos, una lenta agonía que se prolonga hasta poco antes del amanecer.
Los primeros rayos de sol iluminan blanquecinos y descarnados huesos, mientras que las sirenas del arrecife se sumerjen bajo las aguas de este mar eterno, guardían de mil secretos.
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