La Orden del Temple tuvo
una vida efímera, pero intensa. En unos doscientos años fue capaz de
convertirse en una auténtica multinacional, con encomiendas (leáse
sucursales) en la mayoría de los países europeos. Después de su
trágica disolución, nunca ha dejado de estar presente en el
imaginario colectivo. Océanos de tinta se han vertido sobre millares
de libros que se acercan a los templarios desde las más diversas
perspectivas.
Cuando estudiamos el
pasado, especialmente las épocas más lejanas, lo que realmente
hacemos es una construcción (que no reconstrucción) histórica, en
la que utilizamos como argamasa nuestra propia realidad. En ese
sentido, en la construcción de la Orden del Temple, es sencillo
encontrar las claves de la esencia humana, que terminan proyectándose
en los Caballeros de la Orden.
Misterios insondables
del alma humana que proyectamos hacia el exterior. El conocimiento
supremo, al que las mentes clarividentes aspiran, es atribuido a los
caballeros, freries y maestres del Temple. También se les supone
conocedores, y custodios, de proderosos objetos y secretos. Además,
tenían un cometido admirable y honorable, la protección del débil.
Todas estas virtudes, cualquier hombre de bien las querría para él.
Pero además, en nuestro
intrínseco egocentrismo, todos gustamos de sentirnos incomprendidos.
Algo que también les ocurrió a estos Soldados de Cristo. Somos (y
nos creemos) maravillosos, rozamos la perfección, entonces ¿por qué
nos odian?
Nos envidian porqué
somos mejores. Por tanto, intentarán destruirnos. No tienen nada que
reprocharnos, ni delito (real) del que acusarnos. Entonces aparecen
los bulos, las mentiras y las conspiraciones. ¿Cuántos de nosotros
hemos oído chimes sobre nosotros, que sabemos son falsos? Y que
alegría nos causa conocerlos. Rumores inventados que pretenden
hacernos daños. Y qué importantes nos sentimos en ese momento. Qué
hablen de mí, aunque sea mal. Exactamente igual que a los
templarios.
Y el culmen. El clímax
absoluto. Para los que aspiran a la suprema heroicidad, nada mejor
que el martirio. Transformarnos en las víctimas injustas del
deplorable sistema. Convertirnos en mártir nos otorgará la razón
universal y la gloria eterna. Todos estos sentimientos humanos, y tan
humanos, han sido atribuidos, con gran fortuna literaria y
cinematográfica, a los desdichados caballeros templarios.
Quizás sea una visión
poco ortodoxa de la historia, pero no por ello menos real y
verosimil. Y si no, miren hacia atrás en sus propias vidas, y
descubrirán las similitudes con la vida (y muerte) de la Orden del
Temple.
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