Hoy empieza el Mundial de Fútbol en Brasil, el mayor espectáculo deportivo del mundo (con permiso de los Juegos Olímpicos) y el que más seguidores congrega. Y aunque el fútbol (o soccer) que conocemos en este siglo XXI tiene sus orígenes en las verdes campiñas inglesas decimonónicas, durante la Baja Edad Media italiana se jugaba un deporte similar, que se encuentra entre los ancestros de nuestro balompié; el Calcio Storico o Calcio Florentino. Quizás por ese motivo el país de la bota sigue sintiendo una devoción cuasi religiosa por el Deporte Rey.
Las noticias documentales más antiguas sobre su práctica se remontan a mediados del siglo XIV, aunque probablemente ya era popular varias décadas antes. Un siglo después (más o menos), concretamente en 1580, un humanista, Giovanni de Bardi, escribió un libro con el título "Discurso sopra il giuco del calcio florentino."
La Piazza della Santa Croce era el terreno de juego donde se practicaba este rudo deporte, entre dos equipos formados por 27 fornidos jugadores, que utilizaban pies, manos y cualquier parte del cuerpo para introducir una pelota en un agujero situado a cada lado del campo, y defendido por el equipo contrario. A diferencia del fútbol actual, en que el balón rueda sobre césped, el calcio se disputaba sobre arena, en una suerte de rugby playa.
Si los nobles gustaban de justas y torneos, los plebeyos disfrutaban del calcio.
Los partidos de calcio se celebraban durante la Semana de Carnaval, aprovechando además el parón de las actividades agrícolas.
En la bella Florencia se disputaba un torneo entre cuatro equipos. Cuatro equipos. Cuatro barrios. Cuatro parroquias. Cuatro colores.
Los azzurri de la Santa Croce.
Los rossi de Santa María Novella.
Los bianchi del Santo Spirito.
Y los verdi de San Giovanni.
Ambos equipos se enfrentan a modo de batalla, a pie y sin armas, en un extenuante combate donde prácticamente todo está permitido: correr, chocar, pegar, empujar....con el sano objetivo, común a todos los deportes, de ser mejor que el rival.
Tambores y trompetas suenan, los maestros de ceremonia se dirigen al centro de la cancha, y nombran a los capitanes, hombres experimentados y carismáticos, al estilo de un Iker Casilla, un Franco Baresi, un Lothar Mattaus o un Didier Deschamps. Cada capitán se encarga de seleccionar a sus hombres, les asignan un puesto y una misión, adaptada a sus condiciones físicas y sus cualidades personales. Cuatro hombres rudos y corpulentos como medio delanteros. Tres medios traseros veloces y de mucho coraje. Cinco defensas, gallardos y con saber estar. Y para finalizar los quince delanteros, jóvenes, rápidos, habilidosos y animosos.
Los veintisiete hombres se disponen en el campo formando tres hileras, esperando con tensión a que comience a rodar el balón.
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