jueves, 24 de septiembre de 2020

LA VIDA DURANTE EL PRIMER PERIODO INTERMEDIO (2173 – 2040).

 



La casi total ausencia de documentos durante el Primer Periodo Intermedio (2260 – 2040. Dinastías VII a IX/X) hace muy complicado conocer la vida cotidiana. La arqueología intenta arrojar un poco de luz a partir de las excavaciones realizadas en la ciudad de Heracleópolis (que se convierte en capital) y las tumbas de los altos funcionarios. También las referencias en algunos textos literarios ayudan a comprender un poco más la vida durante esta época desconocida.


Tradicionalmente los egiptólogos han dividido la larga historia de Egipto en etapas llamadas Imperios. Entre cada Imperio han insertado épocas de menos esplendor, cierta decadencia e inestabilidad política, denominadas Períodos Intermedios.


El primero de estos períodos comienza tras el colapso del Imperio Antiguo que dejó al país sumido en el caos y con el orden social gravemente alterado. El poder real se debilitó, y esto se vio reflejado en la ausencia de grandes monumentos y en la creciente importancia que fueron ganando los normarcas (gobernadores provinciales). Estos nomarcas (como esos señores feudales medievales que eran más poderosos que el propio rey) ya no se enterraban próximos al faraón para ganar su sitio en el paraiso eterno, sino que se hacían inhumar en sus ciudades natales.


Estos nomarcas se adjudicaron las funciones correspondientes al gobierno del territorio, por eso no es de extrañar, que el poder político acabase fragmentado y administrado desde dos centros diferentes: Heracleópolis (dinastías IX/X) y Tebas (dinastía XI).


El campesinado sufrió hambrunas y el comercio con el exterior se paralizó. Además las tribus nómadas, envalentonadas por la inexistencia de un poder fuerte, invadieron la zona del Delta. La población pasó hambre por problemas con las cosechas y en las obras de irrigación, y fueron los nomarcas los encargados de gestionar estas crisis. El nomarca Anjtifi de Hieracómpolis consiguió remediar estas calamidades. El pueblo confiaba más en estos personajes que en el faraón, cuyo descrédito aumentaba día tras día.



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