domingo, 2 de febrero de 2025

ALMADRABA DE MONTELEVA.

 



Hombres y mujeres que viven de cara al mar, porfiando con las ventiscas, rezando piadosamente durante cada tormenta, tostada la piel por el sol y curtidos por la sal que arrastra la brisa. Hombres y mujeres que tienen su hogar a orillas del mar Mediterráneo y pasan los días faenando y las noches pensando en como mejorar las tradicionales artes de pesca.



En el Cabo de Gata, maravilloso enclave y Parque Natural almeriense, entre las salinas y la línea litoral, surge un pequeño núcleo de casas bajas pintadas de blanco, la Almadraba de Monteleva. Las viviendas eran el hogar de los pescadores que trabajaban en la almadraba. Una almadraba es un curioso tinglado compuesto por varios recintos y paredes de redes que se destinaba a la captura de especies como el atún, la melva o el bonito. Aquí todo huele a mar, a sal y a pescado. Imagino que para la gente de interior, poco familiarizada con las artes de pesca tradicionales, debe resultar muy curioso y aleccionador.





La Almadraba de Monteleva era explotada por el poderoso duque de Medina Sidonia (nobleza manda), que en el sigo XVIII tenía los derechos de todas las almadrabas de Andalucía (que le debían reportar interesantes beneficios). Las democracias actuales se sustentan en los consejos de administración de bancos, empresas y medios de comunicación, de la misma manera que los rancios títulos de nobleza eran los pilares de la monarquía Absoluta y del Antiguo Régimen (Ilustración mediante).








La ubicación de esta almadraba y sus trabajadores en este punto concreto se debió a la existencia en las inmediaciones de las salinas, de donde se abastecían de las sal necesaria (e imprescindible en época pasadas en las que no existían las cámaras frigoríficas) para el mantenimiento y la conserva de las capturas.




La época de más trabajo, la hora de lanzarse al mar, era entre marzo y junio, los meses en que los apreciados atunes entran al Mediterráneo. Unas cuantas miles de millas hacia el oeste, cerca del Estrecho de Gibraltar, los avispados romanos ya fundaron una ciudad, Baelo Claudia (en el término municipal de Tarifa) cuya economía giraba alrededor de la pesca y la salazón del pescado. Sin olvidar el famoso garum.





Los fines de semana, y los festivos, el entorno se llena de visitantes, que después de parear por la playa, bajo el perenne sol almeriense, se sientan a degustar los frutos del mar, en cualquiera de los excelentes restaurantes que abren sus puertas al pie de la carretera que lleva al arrecife de las Sirenas.

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