Aunque su mayor uso y desarrollo fue entre los siglos XVI y XIX, su construcción y utilización data del período romano, hacia el año 2.000 a.C. En las altas cumbres de la Sierra de Grazalema, en la provincia de Cádiz, podemos encontrar algunos restos de estos pozos de nieve.
Un pozo de nieve, no es, ni más ni menos, que un pozo seco, de gran capacidad, donde se guardaba el hielo natural para poder utilizarlo durante el verano. Normalmente estaba recubierto de piedra o ladrillo, que lo aislaban del exterior. Al parecer también contaban con desagües para posibilitar la salida de agua del deshielo.
Los trabajos comenzaban en la primavera, cuando las nevadas tocaban a su fin. En un primer momento se cortaba la nieve, que se depositaba en los pozos y se prensaba para convertirla en hielo. Este hielo se cubría posteriormente con ramas, hojas o paja, formando capas compactas.
Durante el verano, se bajaba al pozo, se retiraba la cubierta vegetal y se cortaban grandes bloques de hielo. Los bloques se transportaban, durante la noche, en bestias de carga, como asnos, mulos o caballos, hasta las poblaciones más cercanas para su comercialización.
Este hielo se solía destinar a aplicaciones terapéuticas: bajar las fiebres, combatir las congestiones, detener hemorragias, como anti-inflamatorio o contra la meningitis.
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