domingo, 12 de febrero de 2023

GUY DE MAUPASSANT, LA VIDA ERRANTE Y VENECIA.




¡Venecia! ¿Acaso existe otra ciudad más admirada, más celebrada, más alabada, por los poetas, más deseada por los enamorados, más visitada y más ilustre?
¡Venecia! ¿Acaso existe algún nombre en alguna lengua que haya hecho soñar más a los hombres? Además, es una palabra encantadora, sonora y suave: evoca de inmediato en nuestras almas una luminosa sucesión de recuerdos magníficos y un horizonte de fantasías cautivadoras.

¡Venecia! La sola palabra parece desencadenar en el alma una exaltación, excita todo lo que hay de poético en nosotros, despierta todas nuestras facultades admirativas. Y al llegar a la ciudad singular la contemplamos inevitablemente con una mirada expectante y encantada, la miramos a través de nuestros sueños.

Al hombre que vaga por el mundo le resulta prácticamente imposible no mezclar su imaginación con la visión de la realidad. Se acusa a los viajeros de mentir y de engañar a quienes les escuchan. Pero no mienten, no, lo que ocurre es que observan mucho más con el pensamiento que con la mirada. Basta con una novela que nos haya fascinado, con veinte versos que nos hayan emocionado, con un cuento que nos haya cautivado, para disponernos al singular lirismo de los aventureros, y cuando estamos excitados de ese modo, aún desde la distancia, por el deseo de un lugar, nos seduce de manera irresistible. Ningún otro rincón del mundo ha dado lugar a una conspiración de entusiasmo comparable a la que despierta Venecia. Cuando penetramos por primera vez en su tan alabada laguna, resulta casi imposible vencer el sentimiento anticipado, sufrir una desilusión. El hombre que ha leído, que ha soñado, que conoce la historia de la ciudad en la que se adentra, que está imbuido de todas las opiniones de quienes le han precedido, arrastra consigo esas impresiones casi completamente formadas; ya sabe qué hay que amar, qué hay que despreciar, qué hay que admirar.
La vida errante.
Guy de Maupassant.




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